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En un proceso electoral desaseado, marcado de inicio por la constante violación a la ley electoral desde Palacio Nacional, la compra del voto, la coacción, los ataques violentos a las casillas (todo esto registrado gráficamente) y la sospecha de muchos sobre un fraude

5 de junio 2024

Los Blanchet/Caldo de Cultivo

En un proceso electoral desaseado, marcado de inicio por la constante violación a la ley electoral desde Palacio Nacional, la compra del voto, la coacción, los ataques violentos a las casillas (todo esto registrado gráficamente) y la sospecha de muchos sobre un fraude, -alentada por la “caída del sistema” en el portal del INE para el voto de mexicanos en el extranjero y para la CDMX-, Claudia Sheinbaum gana por una diferencia tan abismal que, aún con todo lo anterior, difícilmente se podrá cuestionar su triunfo o revertirlo en el conteo final de las actas. La continuidad de las políticas obradoristas, por tanto, está garantizada.

En este escenario, entonces, ¿qué México es el que ganó?

Ganó el México al que no le importa el aumento de la pobreza, la debacle educativa, la del sistema de salud, reflejada en el deterioro de la atención médica, el fracaso del INSABI, la escasez de medicinas o simplemente el épico desastre durante la pandemia.

Ganó el México indiferente ante las cifras récord de violencia, el dispendio multimillonario en obras faraónicas de dudosa utilidad o el saqueo escandaloso de las arcas, como en el caso Segalmex. El que le da igual la anunciada e inminente concentración del poder sin contrapesos y la democracia puesta en riesgo. El México al que le es irrelevante el desprestigio internacional del país por las mencionadas razones.

Pierde el México que se empecina en exigir una vida pública regida por el orden y el Estado de Derecho, que busca el progreso (si, el aspiracionismo basado en el trabajo y en las libertades), la transparencia y la veracidad en el discurso político.

La polarización y la división llegaron para quedarse y al parecer serán irreconciliables. La oscuridad debe tener su encanto. En las urnas, el sector votante mayoritario del país avaló esa oscuridad y dejó en claro que quiere más. La tendrá.

¿De plano?

La semana pasada Marido y yo nos dimos a la tarea de cumplir nuestros deberes cívicos. El primero fue la renovación de nuestra licencia de conducir y la segunda emitir nuestro voto. De este último me reservaré mis comentarios, ya que sólo el tiempo marca las realidades.

Sobre la renovación de nuestra licencia aquí les va: Marido obtuvo la cita por internet en las nuevas instalaciones de POES (Policía Estatal de Querétaro), un edificio muy moderno al estilo de película de Marvel, ubicado en la avenida 5 de febrero.

Ese día arribamos puntualmente con todos los documentos requeridos y nos asombró tan moderno y pulcro lugar -nos sentimos en Dinamarca-. Al llegar a la puerta, el guardia de seguridad nos vio algo perdidos y amablemente nos indicó los accesos y procesos a seguir. Así fue que cruzamos la ventanilla de recepción, en donde nos dieron nuestros respectivos turnos.  A partir de ahí comenzamos a hacer nuestro trámite de manera individual. Pasé al escritorio para corroborar los datos, todo electrónica y tecnológicamente en orden y expedito.

Verdaderamente sentí que en cualquier momento se aparecería un Avenger. Inmediatamente vino el pase a la caja -lástima, nada es gratis-, y ahí vuelvo a coincidir con Marido para que aflojara la cartera, percatándome de que a él le cobraron menos de la mitad dada la edad que porta. Por supuesto no perdí la oportunidad de mofarme un poco.

Ya sólo faltaba el examen de la vista y una fémina con bata blanca, la doctora, llamó a Marido. Minutos después hizo su aparición un masculino también con bata que, con voz firme, espetó: ¡siguiente! Yo era la única que se encontraba ahí, así que asumí que era yo. Entré al consultorio y tomé asiento. El examinador me indicó taparme alternadamente un ojo para identificar unas letras que, por más esfuerzos que hice, ¡no alcancé a leer! Pero, ¿qué pasó? Las letras del celular de mi marido son miniatura y las veo hasta de reojo.

En mi defensa tengo que decir que las letras que ponen para el examen de la vista sí están gachas y se van directamente a las más pequeñas. Así que, al reprobar, tuve que pasar a hacer el examen práctico de manejo, mismo que Marido no tuvo que realizar porque pasó el examen de la vista sin observaciones, por lo ya tenía su licencia en mano. Al verme salir bastante frustrada y dirigiéndome hacia la pista de manejo, no daba crédito a que me tuvieran que aplicar dicho examen porque sabe que veo hasta lo que no debo y conoce mis habilidades para conducir un automotor, que son muy confiables. Por un momento llegué a dudar y pensé: de plano, ¿ya di el rucazo y no veo?

Sin más, agarré el auto, me metí al campo -estilo pista Hot Wheels-, crucé unas boyas, di vuelta en U, hice un zigzag y me estacioné entre dos trafitambos en dos tiempos y todo con una mano. ¿No que no?

Así que finalmente aprobé todos los exámenes, tengo mi licencia y no soy un peligro al volante. Lo único que no entendí es por qué hay un lazarillo en mi puerta con el que ya me encariñé.

Le esperamos hoy miércoles a las 9:00 de la noche en la KJeta por el Canal 10 de RTQ en señal abierta y de cable, y por streaming en rtq.mx. También le recordamos que tenemos una cita la próxima semana aquí…para echarnos otro caldito.

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