Después de que Cristo, en la cruz, derrotara, para siempre, el poder del “príncipe de este mundo” (Jn 12,31), el diablo, decía un Padre de la Iglesia, “está atado como un perro a una cadena, no puede morder a nadie, salvo a los que, desafiando el peligro, se acercan a él… Puede ladrar, puede apremiar, pero no puede morder, salvo a quien lo desee”. Si eres tonto y vas donde el diablo y le dices: “¿Qué tal?”, él te arruinará. ¿El diablo? ¡A distancia! Con el diablo, no se dialoga. Se le expulsa. A distancia. Y nosotros, todos nosotros, tenemos experiencia de cómo el diablo se acerca con alguna tentación, sobre los Diez Mandamientos. Cuando oigamos esto, ¡alto, distancia! No se acerquen al perro encadenado.