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Jesús se detuvo entonces y dijo: “Llámenlo”. Y llamaron al ciego, diciéndole: “¡Ánimo! Levántate porque él te llama”.

27 de octubre 2024

Marcos 10, 46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y de mucha gente, un ciego llamado Bartimeo se hallaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Muchos lo reprendían para que se callara, pero él seguía gritando todavía más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”.

Jesús se detuvo entonces y dijo: “Llámenlo”. Y llamaron al ciego, diciéndole: “¡Ánimo! Levántate porque él te llama”. El ciego tiró su manto; de un salto, se puso en pie y se acercó a Jesús. Entonces, le dijo Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete; tu fe te ha salvado”. Al momento, recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino. Palabra del Señor.

Reflexión

Y, al instante, recobró la vista

Padre Luis Gralla

Bartimeo quería algo y lo pidió con todas sus fuerzas, incluso gritando. Jesús no pudo seguir adelante porque había alguien, junto al camino, que le necesitaba y que hacía lo posible para ser escuchado.

Entonces, le llamó y el ciego, arrojando todo lo que tenía, su manto, se puso en pie y acudió enseguida.

Nos encontramos ante una lección perfecta de cómo orar. Primero, hay que pedir con insistencia, con fuerza, que Cristo venga a socorrernos, y hacerlo con la actitud del mendigo ciego: con humildad.

A Jesús, le llamó “Hijo de David”, es decir, hijo del más grande rey de Israel y, de sí mismo, dijo que era alguien de quien debía compadecerse. Así es el encuentro de la criatura con Dios.

Entonces, cuando Dios encuentra un alma bien dispuesta, se rinde, le llama y le hace la gran pregunta: “¿Qué quieres que te haga?”.

Hoy, podemos preguntarnos: ¿Qué quiero que Dios me haga? ¿Cuál es el gran deseo que arde en mi corazón?

Pidamos, pero no cosas pequeñas, sino grandes. Pidamos aumentar nuestra fe hasta límites insospechados, pidamos ser grandes apóstoles, pidamos ser santos.

El ciego supo pedir lo que necesitaba y  para acudir a ese encuentro salvador, no le importó dejar su manto, su miserable manto, porque, así, desprendido de todo, alcanzaría la gracia que más anhelaba en su corazón.

Propósito

Valorar la participación familiar en la Eucaristía dominical como el momento más importante del día.

Diálogo con Cristo

Nada pudo apartar a Bartimeo de su deseo de acercarse al Señor. Ni el qué dirán ni el hecho de que lo que pedía era algo humanamente imposible de lograr. Señor, permite que pueda tener ese celo, esa seguridad. Dame la gracia de vivir con la inquietud, con la sed, con el ansia de participar en tu Eucaristía porque la fe no es algo que yo pueda conseguir, por más empeño que ponga. La fe es un regalo, un don que debo pedir humilde y constantemente en mi oración.

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