Los cascos azules de la ONU son, para algunos, “símbolo de esperanza” en zonas de guerra y, para otros, actores que solo se desplazan cuando a los miembros del Consejo de Seguridad les interesa, por ello, su efectividad se pone en duda. Aunque sus misiones han probado ser eficaces en ciertos contextos como Namibia o Liberia, en otros lugares, estos “garantes de la paz” parecen ser testigos impotentes de la violencia. Casos como Sudán del Sur y Mali evidencian sus limitaciones: escasez de recursos, mandatos restrictivos y la falta de apoyo internacional. Con más de 90.000 efectivos desplegados en áreas de alto riesgo, es preocupante que su presencia, en algunos casos, no logre reducir la violencia ni proteger a los civiles de forma efectiva.