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“Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca.”

17 de noviembre 2024

Marcos: 13, 24-32

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán, del cielo, las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces, verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad y Él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.

“Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solamente el Padre”.

Reflexión

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no

Padre Sergio Córdova

Nos encontramos, ya, en el penúltimo domingo del tiempo ordinario y, como todos los años, el Evangelio de este día nos habla de las realidades escatológicas y de las señales apocalípticas que acompañarán el fin de los tiempos cuando llegue el momento de la “segunda venida” del Mesías.

El fin del mundo ha sido una preocupación del hombre en todas las épocas, tal vez, por su curiosidad natural o por su temor ante un futuro desconocido, siempre se ha interesado en estos temas y esta conciencia colectiva se ha agudizado, sobre todo, en ciertos períodos críticos de la historia. Así, por ejemplo, en las primeras décadas de la Iglesia, cuando todavía estaban frescas, en la mente y en el corazón de los cristianos, las enseñanzas de Cristo sobre el juicio final, se creía próxima la “parusía”.

También, en el cambio del primer milenio, en el año 1000, se dio una “crisis” universal ante el temor del fin del mundo. Pero eso no solo sucedió en el Medio Evo. En pleno siglo XX, a pesar de los progresos tecnológicos y los avances de la ciencia, se dieron muchos movimientos en esta dirección. Incluso, hasta surgieron varias sectas, como los testigos de Jehová, lo adventistas del séptimo día, los secuaces de la ,así llamada, “iglesia universal de Dios” y otras más, para quienes la idea del fin del mundo es parte fundamental de su credo.

Por supuesto que nuestro Señor profetizó el fin del mundo y el Evangelio de hoy es una prueba clarísima de ello: “Después de una gran tribulación —nos dice Jesús—, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas del cielo se caerán y los ejércitos celestes temblarán. Entonces, verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”. Todo esto es muy cierto y nuestro Señor no nos habló de ello solo para aterrorizarnos como si estuviera narrando un cuento de miedo a unos niños.

Sin embargo, también tenemos que interpretar correctamente estas palabras del Señor. La Biblia razona con categorías relativas e históricas más que absolutas y metafísicas. El lenguaje oriental y, por tanto, también el bíblico y el usado por Jesús en su predicación no siempre se han de entender en un sentido literal y absoluto, sobre todo, en los temas apocalípticos. Por este mismo motivo, mucha gente no entiende las expresiones del Apocalipsis del apóstol san Juan e interpreta erróneamente muchos de sus pasajes.

Pero, volviendo al Evangelio, cuando Cristo habla del fin del mundo, no solo se refiere al fin de los tiempos en absoluto, sino también al fin de “SU” mundo, al término de una época o a la vida de los oyentes. Por eso, nosotros, más que inquietarnos por “el” fin del mundo, tendríamos que preocuparnos de “nuestro” propio fin y las palabras que vienen a continuación: “Os aseguro que no pasará esta generación antes de que todo esto suceda”, se cumplieron perfectamente.

En efecto, el año 70 d.C. las legiones romanas, al mando del emperador Tito, sitiaban Jerusalén y prendían fuego a la ciudad, “sin dejar piedra sobre piedra”. ¡Les llegó “su” fin del mundo, tal como Cristo lo había anunciado! Y podemos hablar, en términos análogos, del saqueo de Roma por los vándalos en el año 410, de la caída del Imperio romano en el 476 o de la caída de Constantinopla en el 1453 o, en épocas más recientes, el derrocamiento de las monarquías europeas durante la revolución francesa, la revolución bolchevique del 1917 y la caída del imperio zarista; las dos grandes guerras mundiales, la explosión del comunismo y su difusión por muchas partes del planeta y todas esas formas de totalitarismo que azotaron al mundo: el nazismo, el fascismo, el marxismo, etcétera, hasta llegar al derrumbamiento definitivo de esas mismas ideologías con la caída del muro de Berlín en 1989… Todos estos trágicos eventos han sido, en cierto modo, otras formas de “fin del mundo”.

Pero, más que detenernos en la profecía escatológica de Cristo, por lo demás, totalmente desconocida para nosotros, como nos lo dice Él mismo: “El día y la hora nadie la sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”; concentrémonos en el presente: en la necesidad de velar y de estar preparados para la venida de Cristo. Es decir, en la necesidad de vivir en gracia y de llevar una vida cristiana digna y santa.

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