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Pilato le dijo: “¿Conque tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad.”

24 de noviembre 2024

Juan: 18, 33-37

En aquel tiempo, preguntó Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Eso lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?” Pilato le respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?” Jesús le contestó: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no es de aquí”.

Pilato le dijo: “¿Conque tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”.

Reflexión

Padre Nicolás Schwizer

Realeza de Cristo

Celebramos hoy en el último Domingo del año litúrgico, la fiesta de Cristo Rey. Por eso las Lecturas bíblicas nos hablan de la realeza universal de Jesucristo.

El pueblo judío estaba esperando, ya desde siglos, la llegada del Mesías y de su reino mesiánico. Pero la mayoría de los israelitas pensaban en el Mesías como en un Rey político, terreno y nacionalista.

En cambio, Jesús rechaza categóricamente este concepto mundano de su mesianismo. Su reino se edifica en este mundo, pero no tiene nada que ver con los reinos terrenales. En varias oportunidades quieren proclamarle rey, pero cada vez Jesús se esconde.

Él se declara rey recién cuando esta afirmación ya no causa ningún peligro. Está solo, prisionero, las manos atadas a su espalda, coronado de espinas, delante de Pilato: Tú lo dices, yo soy rey. Y además, quiere explicar para siempre: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.

Jesús no hace competencia a ninguna potestad humana, porque Él es Rey de los hombres en otro nivel superior. En otra ocasión nos dice, en qué sentido entiende Él su realeza: Los reyes de las naciones las tiranizan y reciben el nombre de bienhechores. Pero yo no: yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Jesucristo, nuestro Rey y Dios, se pone al servicio de los hombres durante toda su vida terrenal. Y es el Rey del mundo, porque ha amado tanto el mundo que le ha dado su vida en la cruz. Cristo no ha triunfado sino por medio del fracaso, del sufrimiento y de la muerte.

El monte del Calvario es su investidura como Rey, la cruz su trono improvisado, la corona de espinas su insignia. Y así dice la inscripción en la cruz: Este es el Rey de los judíos. Aunque los soldados se burlen y los judíos se enojen de esta inscripción, nosotros sabemos que desde entonces Él es Rey verdaderamente.

El reinado de Cristo llega a su perfección en su resurrección y ascensión. Porque con ellas se glorifica Jesús como Creador y Señor del mundo. Desde entonces está sentado a la derecha del Padre en su trono y ejerce su reinado universal sobre todos los seres.

Es lo que nos revelan la primera (Daniel 7, 13-14) y la segunda (Apocalipsis 1, 5-8) lecturas, cuando nos presentan la realeza de Cristo sobre el mundo creado y redimido.

Esta fiesta de Cristo Rey ilumina también la condición cristiana de todos nosotros. Porque el ejemplo de Cristo vale para cada cristiano. Por eso nos dice en su Evangelio: Quien quiere ser grande entre vosotros, que se haga vuestro servidor, y el que quiere ser el primero entre vosotros, que sea el siervo de todos.

Así toda la autoridad cristiana imita la de Cristo. El primado del Papa es un primado de función y de servicio. El título más hermoso de los Papas es el de Siervo de los siervos de Dios. Y nuestro Santo Padre Juan Pablo II fue tan querido porque se manifestó como Buen Pastor, como un siervo que ama y respeta a todos los hombres.

También la Iglesia – y con ella todos sus representantes – sabe que está al servicio de los hombres. Sabe que ha venido, como su Maestro, no a dominar sino a servir. Y así está renunciando más y más a todo poder terreno, para no ejercer más que el poder del amor. O pensemos en la autoridad de los padres sobre los hijos: no debe ser un poder de dominio, sino una invitación a una entrega cada vez mayor, a un amor cada vez más desinteresado y respetuoso. Será jefe el que ama más. Será jefe el que más se asemeja a Cristo Rey, que está en medio de nosotros como uno que sirve.

 

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