Después de que los Estados Unidos sufrieron los atentados del 11 de septiembre del 2001, las élites políticas de ese país utilizaron la teoría del ‘choque de civilizaciones’, del intelectual Samuel Huntington, para justificar el despliegue militar que llevarían a cabo en Afganistán e Irak poco tiempo después. Huntington argumenta que los conflictos entre regiones con culturas y valores distintos son inevitables en el devenir histórico de las naciones. A partir de esta premisa, y con la ayuda de los poderosos medios de comunicación, hoy en día se ha legitimado un discurso global que asume una diferencia irreconciliable entre los valores de occidente y el mundo musulmán. Por esa razón, cuando ocurren atentados, como el perpetuado en París durante el pasado 13 de noviembre, los sentimientos de animadversión se exacerban y el fundamentalismo religioso se transforma en la explicación más común de problemas tan complejos como la crisis en Siria.
La evolución de este último conflicto, sin embargo, precisa redimensionar la problemática de Medio Oriente en su conjunto y no solo como una simple lectura binaria de la confrontación entre occidente y oriente. Los atentados ocurridos en Ankara, Turquía, en octubre de este año y la confirmación de que un artefacto explosivo derribó el avión de turistas de origen ruso en Egipto indican que se está desplegando una geopolítica de guerra mucho más sofisticada. Los intereses regionales y domésticos de Rusia y Turquía son divergentes a los de Europa occidental y los Estados Unidos y la incorporación de ambos titanes militares en la escena del conflicto cambia radicalmente la correlación de fuerzas de los actores.
La inmunidad de Bashar al Assad y el reconocimiento de su liderazgo en Siria es una condición necesaria para la participación de Vladimir Putin en las negociaciones políticas con el resto de las potencias. En las negociaciones que han iniciado en Viena, se ha tenido que buscar una alternativa intermedia que implicaría la formación de un gobierno de unidad provisional en Siria dirigido por al Assad, pero a cambio, los Estados Unidos solicitan la realización de elecciones libres dentro de 18 meses. De esta forma se generarían las condiciones de estabilidad y unidad política mínimas para generar una ofensiva militar conjunta contra el Estado Islámico.
La experiencia histórica, sin embargo demuestra que el uso de la fuerza no resuelve los problemas estructurales por los que inició la violencia en Siria, así como en gran parte de los países musulmanes. Es importante recordar que muchos de ellos fueron excolonias en cuyos estados persiste la inadecuada representación de su diversidad étnica y religiosa en las esferas institucionales y económicas. En materia económica, se careció de proyectos de desarrollo para crear mayores oportunidades laborales para los jóvenes e incrementar la calidad de vida de la sociedad. El Estado Islámico aprovechó ese vacío y prometió a aquellos que solo conocían la miseria la opción idílica de un califato que restableció su dignidad y aspiraciones por una mejor vida. El precio de ese paraíso ha sido muy alto.
Por: La Dra. Marisol Reyes Soto, profesora del Departamento de Relaciones Internacionales del Tecnológico de Monterrey, Campus Querétaro.