La Constitución ha quedado desfigurada y alejada de los ciudadanos.
El pasado 5 de febrero nuestra Constitución 1917, rectora en la vida de los mexicanos, cumplió 99 años. Hasta 2016, ha sufrido 699 modificaciones mediante 277 decretos; es tres veces más extensa que la original.
Hoy, quiero mirar nuestra Carta Magna a través de los ojos de las mujeres. En general, estamos protegidas en nuestras garantías individuales según el artículo primero; pero de facto, no es así. La de 1917 es una constitución que estableció por primera vez los derechos sociales pero negó el derecho político a las mujeres; solo concedió igualdad a la mujer en lo referente a los derechos individuales y laborales.
Las legislaturas locales, a través del 115, fueron las primeras en conceder el voto a la mujer. El reconocimiento federal de ese derecho se hizo hasta 1947, y es hasta 1953 cuando se reconoce el sufragio femenino en el artículo 34, para que la mujer disfrute de los mismos derechos políticos fundamentales que los hombres. ¡Ciudadanía para todos!
Otros artículos constitucionales con mirada de género son el 2o que reconoce la “dignidad e integridad de la mujer indígena”; el 41, modificado en 2014, que garantiza la paridad entre los géneros en las candidaturas políticas; el 123, que protege a la mujer embarazada; por mencionar algunos.
Hago mención especial del artículo 4o constitucional modificado en 1975, porque tiene un doble valor, como resultado de la lucha feminista; y como punta de lanza en el reconocimiento de que “el varón y la mujer son iguales ante la ley”. Avance sustancial en México: la letra le otorgó igualdad a la mujer. La realidad de entonces de las mujeres es que eran las más analfabetas, más pobres, con menor escolaridad, víctimas de violencia, alto porcentaje en muerte materna, brecha salarial; y así, en salud, justicia y derechos humanos.
A 42 años de modificado ese artículo de la Carta Magna, aún persiste la distancia entre el deber ser y la realidad a causa de las construcciones sociales de las propias mujeres que sienten y viven en plenitud su femineidad a través del matrimonio, hijos, vida familiar, y no ven vulnerados sus derechos y libertades como personas. Y por otro lado, quienes continúan en la búsqueda de autonomía, del reconocimiento de sus derechos políticos, económicos y sociales; luchan por romper el techo de cristal.
La confrontación es por la igualdad. El meollo del artículo 4o, como detonador del desarrollo de las mujeres, es cultural y educacional, permeada por la visión patriarcal, e incluso generacional. Hay una brecha entre las activistas de fin de siglo y las jóvenes del siglo XXI. Las primeras, demandaron igualdad en acceso; las segundas, luchan por espacios igualitarios principalmente. En medio de ellas, las vulnerables, anónimas en los diversos espacios de la vida nacional: social, económico y político.
Este es un asunto que gobierno y sociedad no han podido resolver, al no proveer las condiciones necesarias para que ninguna mujer se encuentre en la disyuntiva de tener que optar entre su proyecto familiar y el profesional; entre atender la casa o la oficina. ¡Inaceptable en pleno siglo XXI!
La igualdad cuestiona prejuicios profundamente arraigados. Pero, mujeres y hombres ¿somos iguales o podemos ser iguales? Toda nuestra experiencia cotidiana nos dice que en realidad somos muy diferentes; podemos desarrollar responsabilidades iguales o equivalentes. Lo que no podemos negar es que lograr la igualdad en derechos y en oportunidades, posibilita asumir la diferencia que nos hace ser mujeres y hombres.
Convencida, doy razón a las dos miradas. Una sociedad democrática y moderna debe contar con una Carta Magna accesible para toda la ciudadanía. Mi aspiración es que el 4o constitucional sea el sustento real para la igualdad entre todos los mexicanos.
(*) Política, conferenciante y humanista comprometida con la construcción de una sociedad más justa y equitativa.