Al inicio de la Semana Santa, el pasado 22 de marzo, Bruselas sufrió un ataque de terroristas en el aeropuerto internacional y en el Metro con un saldo de 34 muertos y 230 heridos. No fue solo un ataque más, como dice Carlos Mota, es un “trofeo para el Estado Islámico porque ahí se ubican los edificios de la Unión Europea”, órganos vitales de las instituciones democráticas y económicas de Occidente.
La inmediatez de la comunicación ha generado una dinámica indescriptible que ha afectado la vida de los pueblos; ya sea para bien o para mal, por lo manipulable de la información, capaz de provocar caos social, político o económico. Es así, como somos testigos, casi instantáneos, de actos inaceptables como lo de Bruselas que se suma a los anteriores en Nueva York, Londres, Madrid, París, entre otros más, provocando crisis colectiva e inseguridad emocional.
Los actos de violencia, transmitida y reproducida en las redes, facilitaron el ‘shock’ mundial que otorga poder al Estado Islámico. Hoy la viralización en las redes convierte al mundo en un infierno, en el que no hay lugar seguro para el entretenimiento de los inocentes. Ésta no es una buena noticia para las libertades que deben prevalecer en un mundo democrático. Los ataques perpetrados los sufrimos todos los que creemos en el respeto, la tolerancia, la pluralidad y diversidad; los que luchamos por una sociedad libre, justa y pacífica. Es el terror provocado por un movimiento armado, ISIS, que tiene como objetivo desestabilizar el mundo occidental.
Algunos factores como el fanatismo, la intolerancia, el radicalismo, el odio y miedo refuerzan y facilitan el camino al terrorismo que se explica por sistemas políticos débiles, por la falta de legitimidad política y por la presencia de la violencia; por la Insuficiencia de la democracia; por la ambición de los países poderosos que justifican sus operaciones militares y las violaciones de las garantías individuales.
Es un choque de civilizaciones, fruto del fanatismo político y religioso perpetuados por extremistas radicales, adoctrinados en sus creencias y por sus carencias. Fruto de odios incubados en jóvenes sin esperanza ni futuro convencidos que lo diferente, Occidente, es el responsable de un mundo “desvalorizado” responsable de su desintegración. El dolor de las víctimas no les importa, es su “ofrenda bestial”.
Entonces, ¿cómo vivir en el mundo en un siglo convulsionado y mediático? Pienso que para vivirlo bien:
– Hay que fortalecer la célula social fundamental que es la familia, en donde se aprenden los valores de quienes serán futuros ciudadanos; en donde se transmiten la cultura y las costumbres de padres y abuelos.
– Hay que impulsar una educación orientada a valorar a los jóvenes a través de actividades como el deporte, la música y el arte, que neutralice la presión de una sociedad consumista en la que Internet, videojuegos, series televisivas son su alimento cotidiano.
– Hay que construir una sociedad participativa y organizada en su comunidad, empresa, escuela o iglesia; hay que exigir que la autoridad sea conducto para el buen desarrollo de sus gobernados a través del respeto a leyes y normas que regulen la vida comunitaria.
En la era de la comunicación, los medios electrónicos han jugado en favor de la violencia, el odio, el terrorismo como el del pasado martes 22. Debemos dar un giro de 180 grados a esa comunicación para que sea constructora de los valores de la libertad y la dignidad humanas que son el sueño de la inmensa mayoría del mundo. De ello, todos somos responsables.
(*) Política, conferenciante y humanista comprometida con la construcción de una sociedad más justa y equitativa.