Maureen Dowd.
El Halloween está lleno de dulces. El Día de Acción de Gracias engorda y es estresante. La Navidad es costosa. El Año Nuevo es molesto. El Día de los Caídos está lleno de melancolía. El cumpleaños de George Washington ya ni siquiera es su cumpleaños. El Día de la Raza tiene algunos problemas.
Sin embargo, siempre podíamos contar con el 4 de julio.
Una celebración estadounidense tan libre, en medio del verano, reminiscente de las parrilladas y los Beach Boys que cantan “Diversión, diversión, diversión” en el mismo día en que esos tipos inteligentes en Filadelfia llevaron a cabo aquel milagro.
Es un gran día de campo nacional, sobre todo en Washington, donde tenemos una fiesta grandiosa y enorme todos los años en el Paseo Nacional. El año pasado, fui a escuchar a Jimmy Buffett mientras cantaba con los miembros restantes de los Beach Boys, rodeado de tablas de surf y pelotas playeras con fuegos artificiales que iluminaban los monumentos.
Debí haber tomado 50 fotografías borrosas del monumento de Washington y el Monumento a Lincoln enmarcadas por destellos rojos y verdes. Fue una de esas noches en que simplemente te sientes feliz de ser estadounidense.
Sin embargo, ahora Donald Trump, todo un fuego artificial en sí, está arruinando el espectáculo de pirotecnia de Estados Unidos. Por capricho, ha decidido acabar con uno de los mejores días en la capital del país.
Trump convertirá una celebración que de alguna manera había logrado ser no partidista y lúdica en un mitin de “Hagamos que Estados Unidos sea grandioso de nuevo”, aportando su rostro perpetuamente fastidiado y la masacre estadounidense al Paseo Nacional.
De nada sirvieron las “Buenas Vibras” de los Beach Boys.
Trump tuiteó en febrero que asaltaría el Monumento a Lincoln el Día de la Independencia para llevar a cabo “una gran exhibición de fuegos artificiales, entretenimiento y un discurso por parte de su presidente favorito: ¡yo!”. Como si a nadie se le hubieran ocurrido los fuegos artificiales en el Paseo Nacional.
Nos confirmaron su plan mientras él estaba en Francia, sentado al lado de un cementerio lleno de cruces blancas para recordar a los héroes del Día D que combatieron a los nazis, el paisaje de fondo para su entrevista con Laura Ingraham de Fox.
Mancillando lo sagrado con lo profano, Trump ofreció su bolsa habitual de galletas con arsénico. Habló sobre lo “tonto” que es Robert Mueller, aunque Mueller es un verdadero héroe de guerra, no un bravucón que evitó el servicio militar por un espolón óseo. Trump le dijo a Piers Morgan en “Good Morning Britain” que no quiso combatir en Vietnam porque “estaba muy lejos, y en ese entonces nadie había escuchado sobre ese país”. El presidente es un hombre tan temeroso que quienes lo rodean creen que ni siquiera puede reunir las fuerzas para ver un vehículo destructor de la Marina con el nombre de un héroe de guerra muerto que lo desafió.
Trump le dijo a Ingraham que la “Nerviosa Nancy” Pelosi es “una persona desagradable, vengativa y horrible” cuyo distrito de San Francisco “tiene agujas de drogadictos por todas partes”.
Narcisista, infantil y sin respeto por las tradiciones, Trump ahora está apoderándose del único día dedicado a celebrar a todos los estadounidenses reinventándolo a su propia imagen. Una cosa es tener un letrero de TRUMP en un hotel o una bodega. Pero otra muy diferente es que lo enjareten al país.
Kamala Harris lo reprendió: “Creo que el presidente debe darse cuenta de que es el cumpleaños de Estados Unidos, no el suyo”.
Sin embargo, el patriotismo es el último refugio de un canalla, como lo dijo Samuel Johnson. Y Trump debe ser el primero. Como lo escribe Michael D’Antonio en su biografía de Trump “Never Enough”: Trump mostró esta compulsión desde un principio. Cuando iba con sus compañeros de clases a la Academia Militar de Nueva York para marchar por la Quinta Avenida en un desfile del Día de la Raza, averiguó que unas niñas católicas estaban formadas en frente de los niños. Trump fue a quejarse y a utilizar su influencia para que las niñas marcharan detrás de los niños.
Cuando los líderes europeos se unieron para patrocinar una conmemoración del Día D, todos pusieron sus firmas en la parte de abajo, como se esperaba, mientras que Trump fue el único que firmó en la parte de arriba.
El presidente pudo haber dado un buen discurso breve desde la Casa Blanca y no arruinar nada. Pero ahora los fuegos artificiales serán trasladados a un parque en el río Potomac y el entorno será de “Yanqui, quédate en casa”, no de “Yanqui Dandy”.
Los principales demócratas de la Cámara de Representantes enviaron una carta a la Casa Blanca el jueves en la que le piden a Trump que reconsidere su decisión. “Durante décadas, el 4 de julio en el Paseo Nacional ha sido no partidista y apolítico”, escribieron. “Con respeto le hacemos un llamado para que busque maneras de complementar, no ponerse en conflicto con la celebración del 4 de julio, como considerar una ubicación alternativa para sus declaraciones o hacerlas antes”.
La única ocasión en que estaríamos felices de pagar uno de los viajes incesantes de golf de Trump, (uno de los cálculos reveló que la cuenta de los contribuyentes era de más de cien millones de dólares hasta ahora) él no quiere irse.
Petula Dvorak escribió en The Washington Post que es indecoroso ver que Trump “manche” el Monumento a Lincoln, “el lugar donde se reconoce el gran pecado original del país, la práctica de la esclavitud y la segregación y el racismo que aún sacuden al país hoy en día”. Su discurso ahí, afirmó, será una afrenta al genio del presidente Abraham Lincoln, a la oratoria impactante del reverendo Martin Luther King Jr. y al contralto inolvidable de Marian Anderson”.
The Post señaló que los presidentes anteriores habían sido mucho menos invasivos: en 1825, John Quincy Adams fue al Capitolio a escuchar una lectura de la Declaración de Independencia; en 1841, John Tyler les sirvió sopa a sus invitados preparada con una tortuga de 136 kilos proveniente de Cayo Hueso; y en 1902, Teddy Roosevelt fue a Pittsburgh para ofrecer un discurso.
Cuando George H.W. Bush era diplomático en China, los chinos se maravillaron con su energía y lo bautizaron como “Hormigas en un sartén caliente”. Trump tendrá que conformarse con otro apodo: “Hormigas en el día de campo nacional”.