Cuando un presidente solicita la redacción de un discurso especial, convoca a los medios nacionales y envía un mensaje a todos los estadounidenses de que aquí no hay lugar para “ideologías siniestras” de “racismo, intolerancia y supremacía blanca”, la respuesta normal es aplaudir.
Sin embargo, esta no es una época normal. Donald Trump no es un presidente normal. Y esas palabras, las cuales pronunció el lunes, me dieron asco porque fueron concesiones baratas y vacías de una convención.
No las cree. O más bien, no le importa. Esto es indiscutible con base en sus acciones hasta este punto, y quedará demostrado de nueva cuenta con su comportamiento en el futuro. Le perdí el cariño a los pronósticos después de noviembre de 2016, pero puedes apostarle a esta predicción: Trump regresará a sus viejos tuits y trucos en menos de lo que canta un gallo. Lo han traído hasta aquí, y no va a cambiar algo que sí le funciona solo porque el país está en crisis.
Ese discurso que dio fue una pantomima de dignidad para proteger a sus facilitadores republicanos, y vaya qué fue un descaro. ¿Trump el sanador? ¿El unificador? Me he habituado peligrosamente a sus mentiras —¿cómo no hacerlo cuando dice tantas?—, pero esta fue tan grande que me dejó petrificado. Y me aterró porque, cuando finge que lo que ha hecho no es intolerante ni racista, y que no está promoviendo una narrativa de que la gente blanca pertenece aquí, pero vive bajo la amenaza de la gente oscura que no, fomenta esa misma ilusión en sus seguidores. No los está confrontando. Los está librando de toda culpa.
Esta gran mentira se basó en una interminable sarta de mentiritas, algunas de las cuales están incluidas dentro de aquellos compendios difíciles de manejar de todas las mentirillas y falsedades que ha dicho Trump, las cuales en realidad no son hechos que se puedan verificar ni información incorrecta que se pueda desmentir:
“Soy la persona menos racista que hayas conocido en tu vida” (tal vez esa persona a la que le habla no tiene un círculo amplio o cultivado de conocidos). “No tengo ni un hueso racista en el cuerpo” (hasta no ver una radiografía de su esqueleto, no puedo refutar esto).