Liz Durán
El automóvil, se inventó a finales del siglo XIX, y a mediados del siglo XX, las ciudades, hogares y centros de trabajo comenzaron a adaptarse a su diseño, medidas y comodidad para quien lo utilizara.
Desde hace un par de décadas, y a partir de esta exageración como medida de diseño y movilidad, se visualiza y cuestiona desde la distribución de los hogares hasta las ciudades y su planificación. Así surge la conciencia donde manifiesta que las ciudades son para la gente y su convivencia; esto es el diseñar a “escala humana”, y no de un auto.
Pensar a escala humana no es desde la perspectiva de un adulto, sino es cubrir todas las etapas, por las que pasa el mismo, y fortalecer al individuo y sociedad desde el espacio público y privado, creando espacios dignos, para evitar daños futuros en la convivencia.
Tan es real que actualmente hay niños, con gran estrés, que acuden al psicólogo o psiquiatra, y esto bien podría amortiguarse con suficientes espacios públicos amplios y dignos, y no menos importantes, con hogares bien diseñados que aporten calidad, metros, materiales y áreas para un adecuado desarrollo.
Pero seamos honestos; este señalamiento lo omiten constructores y desarrolladores, porque esa es su ganancia, y en poco espacio quieren a la mayor cantidad de personas.
Pero no confundamos, no hay que minimizar las actividades fundamentales con el espacio mínimo de “escala humana”, donde solo exista la dimensión de un cuerpo humano.
Por ejemplo, en Hong Kong, cerca de 200 mil personas no tienen hogar digno, por lo que se ha puesto como tendencia lugares llamados ‘cubículo ataúd’, con un área promedio de 1.70 metros cuadrados, por un precio de 300 dólares al mes.
El valor de la vivienda se ha sobrevalorado, con tal de ganar, y lo hemos posicionado de manera dramática, haciendo a un lado la dignidad humana, y minimizando cada una de las actividades humanas que a diario necesitan un espacio.
Tarde o temprano, esas vivencias darán una respuesta de hartazgo por parte de la sociedad que a nadie le gustara, por omitir ética a decisiones de planeación o diseño en el espacio público y privado.