Compartir los viajes es una antigua tradición, tal vez tan antigua como los viajes mismos
José Luis Oliva
Querida lectora, el acto de viajar, de hacer turismo, permite a la mente aumentar la consciencia en sus 5 aspectos. Compartir los viajes es una antigua tradición, tal vez tan antigua como los viajes mismos, ¿quién no ha disfrutado más la narración del viaje que el viaje mismo? Aproveche este espacio para disfrutar doblemente. Escriba a [email protected] y atrévase a este goce.
Ginebra es la tercera ciudad más cara del mundo y la primera en turismo de negocio en cuanto a derrama económica. Visitarla es visitar la cúspide de la tolerancia global.
1.El punto negro Soy una mujer muy sensible al abuso, la discriminación, la explotación. Suiza me encantó en muchos sentidos, pero no dejó de hacerme ruido que la prostitución es legal desde los cuarentas. Es el único “puntito negro” en todo los demás es tan perfecta como sus relojes.
2.El Parque Hundido. Me impresiono desde mi primer viaje la cantidad de instituciones internacionales que tienen sede en Suiza, en particular en Ginebra, cientos de ellas, desde la ONU y la Cruz Roja hasta todas las deportivas, FIFA, UEFA, Olimpiadas, en fin, todas las federaciones, y muchísimas profesionales como la ISO o la OMC. En Ginebra he vivido muchas experiencias, acompañando a Roberto, mi esposo que solo se mueve en esas organizaciones mundiales. Me acuerdo mucho de la primera vez que allá vi el reloj de las flores, en el parque hundido de la ciudad de México hay una copia que, para mí, es más bonita que el original.
3.Religión protestante. Nací en familia presbiterana, una de las iglesias calvinistas. Son las más puritanas de las iglesias protestantes. Por eso cuando les avise a mis padres que me casaba con un católico nada practicante y bastante liberal me retiraron el habla y fueron a mi boda solo por mi abuela.
Yo no sigo ninguna religión, aunque si coincido con la ética cristiana, por eso acepté ir a Ginebra y conocer la catedral de San Pedro donde esta la silla de Calvino. Al regreso, por primera vez después de 15 años, mis padres me invitaron a comer con mi marido. Claro que no les dije que lo mejor del viaje fue tomarnos una Ginebra enfrente de la catedral, nos dio mucha risa el pleonasmo.