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La reportera infiltrada

enero 5, 2022

Daniel Lizárraga

Tengo perdida en la memoria en qué día sucedió, pero sin duda, fue durante las últimas dos semanas de marzo del 2014. Juan Omar Fierro, uno de los reporteros de Noticias MVS a quien recurría continuamente para que nos apoyara en reportajes vinculados a temas de justicia e impunidad, me llamó por teléfono para vernos de inmediato; traía un buen tema. Nunca imaginé lo que traía anotado en su libreta y, mucho menos, lo que vendría después.

Tres jóvenes lo habían contactado, a través de una persona conocida por él, para contar lo que vivieron cuando fueron al PRI de la Ciudad de México a pedir trabajo como edecanes. Ellas, desempleadas y metidas de cabeza en apuros económicos, vieron un anuncio en la sección El Aviso Oportuno en El Universal. Los requisitos eran mínimos. El trabajo era en oficinas de gubernamentales. La edad requerida, entre 18 y 32 años; disponibilidad de horario completo y sueldo entre 8 y 12 mil pesos mensuales. No era lo ellas hubiesen querido, pero la urgencia las llevó a marcar el número telefónico 55 62 80 15 44.

Una voz de mujer, al otro lado de la línea les pidió su edad, dónde habían encontrado el anuncio y, especialmente, que llevaran un cambio de ropa; falda y tacones para ser entrevistadas. El trabajo de edecanes era en el PRI y no en alguna oficina de gobierno. La inercia tricolor de asumirse como élite en el poder; el presidente era Enrique Peña Nieto.  La cita fue en la avenida Puente de Alvarado 60, a dos calles del metro Revolución.

El periodismo de investigación logra su cometido cuando revela lo que no está a la visita, cuando profundiza hasta dónde sea posible para demostrar cómo opera un sistema, en este caso, una red de trata de personas. “Si tu madre te dice que te ama, verifícalo: Familiaridad e historia no te excusan de chequear información”, indica uno de los principios de ese periodismo que siempre forma parte y genera amplias discusiones en los talleres impartidos por la Fundación Nuevo Periodismo (FNPI).

No podíamos dar por hecho la historia de las tres jóvenes, por veraz que nos pareciera. No podíamos precipitarnos sin verificar. A veces, o casi siempre, sucede que los y las periodistas encontramos datos e información que nuestras fuentes primarias no pueden calibrar, medir en toda su dimensión porque, de alguna manera, son parte de la historia.

¿Cómo o de qué manera verificar? En este caso, la tarea era de alta dificultad y de mucho riesgo, tanto personal como de discreción: cualquier fuga de información haría que en el PRI capitalino se pusieran en guardia, escondieran todo lo posible y destruyeran cualquier documento que comprobara lo que ahí sucedía.

En una junta de trabajo sobre cómo abordar la investigación, recordé al veterano y gran periodista alemán Günter Wallraf, el autor del periodismo de inmersión. Dos sus reportajes más conocidos como infiltrado, sin duda, han sido El Periodista Indeseable (1970) y Cabeza de Turco (1995). ¿Y si lo hacemos? ¿Qué riesgos corremos? ¿Qué necesitaríamos?

Puse la idea sobre la mesa. La propuesta fue aceptada. Uno de los problemas a resolver era quién sería la persona indicada. Por aquel entonces, en el equipo de investigaciones especiales sólo éramos dos: Irving Huerta y quien escribe esta columna. Rafael Cabrera estaba a días de incorporarse. Faltaban semanas para que llegara Sebastián Barragán. De cualquier manera, esos perfiles no servían de mucho, necesitábamos de una mujer.

Carmen Aristegui estaba fuera del país en algún congreso internacional. Una llamada sería insuficiente, por larga que fuera, para tomar una decisión definitiva y teníamos que actuar rápido. La posibilidad de que las tres jóvenes se echaran en reversa era latente; siempre puede suceder.

Infiltraríamos a una reportera. Necesitábamos a una de las mejores en MVS Radio con la personalidad necesaria para que el miedo no la paralizara y que el enojo por lo que estaba atestiguando tampoco la desmadejara. En unas horas pensamos en alguien y ella aceptó. El oficio periodístico a prueba: llevaría una grabadora oculta en el bolso -un micrófono era una idea descartable porque debía cambiarse de ropa-. En una liberta anotamos los pendientes:

-Una madre soltera buscando trabajo. Un nombre ficticio. Una dirección en alguno de los barrios populares. Ropa que no fuera de marca. Un bolso amplio. Pupilentes azules o verdes. Un peinado distinto al habitual, incluso en días de fiestas. Las palabras: lenguaje común, sencillo, que no demostrara su nivel educativo.

El entrenamiento duró quizá un par de días. Carmen Aristegui seguía fuera del país y hubo que pensar en medidas de seguridad:

-En un taxi iríamos Juan Omar, la reportera infiltrada y este columnista. La grabadora encendida desde ese momento y hasta regresar a MVS Noticias.

-La reportera iría hasta donde fuera posible, sin correr riesgos innecesarios. Por mensaje de texto nos escribía; Ok o verde cuando todo fuera en orden. Si ella veía de cerca la posibilidad de que Gutiérrez de la Torre la llamara para servicios sexuales, escribiría: rojo.

-Dos alternativas: Ella recibiría una llamada telefónica -hecha por alguno de nosotros- para avisarle que su hijo se había enfermado de repente en la escuela y que las maestras lo llevaron a un hospital. Una emergencia.  Si la descubrían, Juan Omar y yo entraríamos a las oficinas del PRI a sacarla como fuera y, al mismo tiempo, avisaríamos a los jefes en MVS Radio.

La reportera salió de ahí por su propio pie, aunque de prisa porque su hijo estaba enfermo. Juan Omar y yo, la esperamos en un restaurante cercano. Nos habíamos colocado en la calle, pero con el paso de los minutos, fuimos observados y, sobre todo, señalados por las mujeres que ejercen la prostitución tolerada en la avenida Puente de Alvarado. Los hombres que regularmente las cuidan nos asechaban.

Ella llegó agitada, sin sentarse, explotó: listo, todo grabado y verificado. Juan Omar buscó un taxi que paró frente al restaurante con la portezuela trasera abierta. Juan Omar subió adelante. La reportera y yo salimos casi corriendo del restaurante.

En el viaje de regreso la reportera infiltrada hizo catarsis: es un cerdo, decía mientras se tallaba la boca con el dorso de la mano derecha porque tuvo que saludarlo con un beso en la mejilla. La desnudaba con la mirada. Una chica de su grupo pasó de inmediato con él. Cuando salió luego de unos 12 minutos, se desplomó sobre uno de los sillones en el sitio donde las tenían ocultas.

La reportera supo los nombres de las dos mujeres que la entrevistaron: Priscila y Sandra, pero no sabía sus apellidos ni qué cargo tenían.  Fue entonces cuando hicimos una solicitud de acceso a la información para obtener la nómina del PRI capitalino; nombres completos, cargos y sueldos. A Priscila Martínez la reportera la identificó sin dudar en su página de Facebook. En una revista del PRI, apareció una fotografía de Sandra Vaca.

Cuando regresó Carmen Aristegui le contamos la historia. Ella escuchó el audio completo de cuatro horas. La reportera infiltrada hizo la segunda parte del trabajo: escribir un guion con sus vivencias, pero con pluma de periodista: descripción de los sitios, qué escuchó, qué vio, qué olió, cómo eran las dos mujeres que la entrevistaron, los gestos, las palabras precisas, los colores, qué decían las otras muchachas que buscaban trabajo, qué instrucciones le dieron.

El reportaje lo grabamos cinco o seis veces. Carmen Aristegui, con su amplia experiencia en leguaje radiofónico, marcaba errores, descripciones incompletas, frases de más. El inicio del reportaje y su estructura la cambió una y otra vez. La productora Kiren Miret puso la música de fondo, las pausas y su voz. La investigación salió al aire el 2 de abril del 2014. “¿Algo que agregar?”, le dijo Aristegui en vivo a Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre quien balbuceó algunas palabras por teléfono y cortó la llamada.

MT

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