Sergio Arellano/Asesor en Derechos Humanos
@SIARELLANO5
Para tener un contexto, la historia no nos dejará mentir, que Napoleón justificó su crueldad en la invasión a Egipto, pronunciando: “Nuestros enemigos os dirán que he venido a destruir vuestra religión. No les creáis. Decidles que he venido a restablecer vuestros derechos, castigar a vuestros usurpadores y exaltar la verdadera fe en Mahoma”.
En ese mismo sentido, Robespierre, fomentó el terror durante la Revolución Francesa en nombre de la piedad y los derechos humanos. Acercándonos al punto medular: Dios, ¿podría ser un activista de los derechos humanos? Para ello, tendríamos que identificar lo que significa la esencia del todopoderoso en nuestros días y por otro lado, lo que son los derechos fundamentales. Tanto los prerrogativas inherentes a la persona humana como la palabra de Dios, tienen que esparcirse para su conocimiento, siendo que ambas fuentes buscan el mayor beneficio para la colectividad. Una víctima o un clérigo, gozan de una absoluta legitimidad para manifestarse en pro de la solución de un problema comunitario. No solo porque es un derecho constitucional sino que la población demanda la formulación de ideas ante la ineficiencia de las instituciones.
En palabras de Kenneth Hagin: “en tiempos de la iglesia primitiva, no tenían los gobiernos ninguna clase de programa de bienestar social. La iglesia se hacia cargo de sus propios necesitados, incluidos las viudas y los huérfanos… Nos hemos apartado de esto. El gobierno lo hace todo; es casi Dios”. Como pueden apreciar, hay una dificultad para definir la presencia de Dios en nuestra sociedad contemporánea. Lo mismo ocurre con los derechos humanos. En los grandes foros mundiales, cada quien tiene su interpretación bajo la historia que les tocó vivir. Sin embargo, todos identifican que la dignidad es el bien jurídico que debe protegerse. Después de esta reflexión, estimada o estimado lector, ¿creen que en algún punto, se puedan alinear ambas visiones?