Lucas: 19, 1-10
En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús; pero la gente se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”.
El bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.
Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”.
Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”.
Reflexión
Zaqueo
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
Queridos hermanos: Jesús entra en una ciudad. En esta ocasión es bien recibido. Lo rodean, acuden a Él; probablemente desean su visita y se honran ofreciéndole hospitalidad.
Pero Jesús no tiene piedad con las ilusiones. Él desenmascara las buenas intenciones superficiales y se niega a aceptar la invitación de muchos que querían hacerle entrar en su casa. Todas las personas honorables, piadosas, patriotas de Jericó han venido a su encuentro. Pero Jesús se fija en un pobre hombre subido en un árbol, le manda acercarse y se invita a su casa.
¡Qué escándalo! Zaqueo es un publicano, y hasta un jefe de publicanos, un hombre detestado, avaro, ladrón y colaborador del enemigo. Su profesión de jefe de recaudadores lo clasifica entre los “pecadores públicos”. Sus compatriotas no lo habrían tocado ni con pinzas: estaba demasiado sucio por su dinero y sus relaciones sospechosas. Pero Jesús lo escoge por encima de todos los demás. ¿Cómo explicar esto?
Evidentemente no son los méritos de Zaqueo los que el Señor quiere pagar. El Señor más bien quiere suscitar esos méritos. Zaqueo creía que estaba buscando a Jesús, pero es Jesús el que lo busca a él. Aquel pecador público, aquel hombre solitario y odiado, se ve invitado por Jesús con la familiaridad más cariñosa: “Zaqueo, baja enseguida”.
Y Zaqueo se deja caer de su árbol, lleno de sorpresa y de alegría. Jesús lo conoce, lo llama por su nombre, se invita a su casa con preferencia a todos las demás. Jesús va a pasar unas horas con él. Van a comer y a beber juntos.
Zaqueo se siente trastornado en el fondo de su alma. Ya no se reconoce a sí mismo; han cambiado todos sus valores. La generosidad divina ha penetrado tan hondo dentro de él, que se siente arrastrado por ella. También él se pone a dar y compartir. Lo que Jesús acaba de hacer por él, él tiene prisa por hacerlo con los demás. Quiere procurarles la misma sorpresa y el mismo gozo.
Si Jesús puede amarle a él, a Zaqueo, es porque es posible amar gratuitamente, sin razón, por un puro impulso del corazón. Y entonces también él puede amar. Hasta entonces, ha estado siempre esperando a que le amen, para ponerse a amar él. Y de pronto se da cuenta de que no es necesario aguardar, sino comenzar. Y comienza…
Todos creen que Zaqueo es avaro, y en el fondo es un pródigo. Hasta entonces sólo se ha preocupado de atesorar, pero ahora sólo siente gozo en repartir y distribuir.
Los otros habitantes de Jericó murmuran, protestan y se quejan diciendo: “Se ha ido a hospedarse en casa de un pecador”. Pero, ¿de qué justo habría podido conseguir Jesús lo que acaba de suscitar en aquel pecador?
¿Y nosotros? ¿Cuál de nuestros encuentros con Cristo nos ha cambiado tan radicalmente como a Zaqueo? ¿Cuál de nuestras comuniones ha transformado nuestra vida hasta ese extremo?
Queridos hermanos, pidámosle al Señor que este encuentro personal con Él en la Eucaristía nos haga crecer en nuestro amor y entrega a Dios y a los demás. Pidámosle también a María que nos regale la gracia de una transformación total, tal como lo podemos admirar en Zaqueo.
MT