Lucas: 10, 1-12. 17-20
En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’.
Pero si entran en una ciudad y no los reciben, salgan por las calles y digan: ‘Hasta el polvo de esta ciudad que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca’. Yo les digo que en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad”.
Los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.
Él les contestó: “Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.
Reflexión
Sufrimiento, camino de amor
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
La segunda lectura de hoy (Gálatas 6, 14-18) toca un problema fundamental de la vida humana: el sufrimiento y la cruz. Por eso vamos a reflexionar sobre este tema tan existencial. Vamos a ver cuál es la actitud del cristiano frente al sufrir.
El sufrimiento es algo que repugna al hombre. Para muchos su realidad es, justamente, la prueba de que Dios no existe: les parece imposible que un Ser todopoderoso y lleno de amor no usará ese amor y ese poder para impedir que haya guerras, asesinatos, injusticias, niños que nacen deformes, cáncer que mata a madres cuando sus hijos más las necesitan, etc.
Al cristiano se le pide, sin embargo, mucho más: no sólo creer en Dios a pesar de la existencia del sufrimiento, si no también saber aceptar ese sufrimiento como camino de amor.
Este es el punto donde se dividen los espíritus y donde se decide si somos o no cristianos. Somos cristianos de verdad desde el momento en que aceptamos la cruz, porque es en la cruz donde se prueba nuestro corazón de hijos.
La cruz se produce cuando nuestra voluntad se “cruza” con la voluntad del Padre Dios: cuando yo quiero una cosa, y Él me pide otra o permite que suceda algo que va en contra de mis deseos.
Si entonces acepto la cruz, me hago verdadero hijo porque manifiesto que confío en mi Padre, porque creo que sus caminos son más sabios que los míos, y que me dejo conducir por ellos, renunciando a los míos, aunque me duela.
“Si el grano de trigo no muere, quedará solo y no producirá fruto”, nos dice el Señor.
Siendo bueno, Dios no podría permitir nunca el mal por el mal, si de él no resultara bien alguno. Lo que sucede es que no siempre descubrimos el fruto positivo que surge del mal, porque no conocemos la totalidad del plan de Dios.
El sentido de muchos dolores nuestros tal vez lo entenderemos recién en el cielo. En el cielo – al ver el plan total que Dios tenía con nuestra vida – comprenderemos que todos nuestros sufrimientos los permitió Dios por amor: para corregirnos y educarnos, para librarnos del egoísmo y de la afición por los bienes terrenales, para obligarnos a crecer en dimensiones nuevas, para enriquecernos espiritualmente.
Así el sufrimiento no es castigo de Dios, sino al contrario, prueba de su amor de Padre. San Pedro compara el sufrimiento con un crisol, donde Dios purifica el oro de nuestra fe y de nuestro amor. Cuando Dios hace sufrir, significa que nos está dando una oportunidad de crecer en el amor y la confianza, de desarrollar aspectos nuevos de nuestra personalidad cristiana, que hasta ahora estaban dormidos, atrofiados o enfermos.
Todo sufrimiento y cruz que aceptamos como cristianos es siempre participación de la Pasión de Cristo.
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