Javier Esquivel
Nunca se obtiene lo que se merece, sino lo que se negocia, sentencia el aforismo de las palabras de Chester L. Karras, frase que hoy tiene más sentido en adverso clima social por el que atravesamos.
Más que en otras ocasiones, la negociación, esa habilidad para alcanzar acuerdos parlamentarios, para la toma colegiada de decisiones de gobierno, para sumar nuevos adeptos partidistas y para la fabricación de alianzas electorales, se ha convertido en la moneda de cambio más usada, pero también la más desvirtuada en el mercado de político electoral.
Se ha devaluado lo que antes se acuño como el arte de la negociación en razón de que cada vez se tiene muy poco que ofrecer a la contraparte, se han olvidado los pactos donde ambas partes ganaban y se cedían lo justo y necesario para conseguir un fin.
Negociar hoy en la arena política es un salto al vació o un acto de confianza ciega ya que los interlocutores y tomadores de decisiones con más frecuencia carecen de los elementos principales de una negociación: Credibilidad y confianza.
Ahora para quienes ejercen una posición de liderazgo, de autoridad o que cuentan con capacidad de otorgar concesiones es fácil ofrecer, prometer y generar falsas expectativas a pesar de que una de las principales condiciones para negociar es nunca ofrecer lo que no se puede cumplir.
El ejercicio de poder sin contrapesos, de polarización y de buscar la sobrevivencia política ha llevado también a las y a los actores políticos a negociar valores, amigos, lealtades e incluso a sacrificar trayectorias políticas, aspiraciones de terceras personas que en algún momento hicieron algo favorable para ellas y ellos; En esta época les es fácil pasar de la negociación a la traición.
En nuestros días se negocia la supervivencia de partidos, del uso y abuso de la concertacesiones, del trueque de derechos y libertades de personas señaladas de actos indebidos. Hoy la lógica es negociar para ganar-ganar sin importar quién sea el perdedor.
Aunque también la excepción rompe la regla. En la actualidad son pocas las personas que conducen con éxito negociaciones y eluden con habilidad el golpeteo político.
Como ejemplo, vale recordar que, en los últimos días, luego del decreto presidencial por el cual se designó a Peña Colorada (Querétaro) como área natural protegida un grupo de ejidatarios inconformes y motivados por intereses electorales para el 2024 acudieron a manifestarse en la institución equivocada, en lugar incorrecto.
Los inconformes buscaron ganar visibilidad mediática y hacer valer su derecho a la manifestación, pero también generar un ambiente negativo a la representación de la dependencia federal, sin embargo, no contemplaron que su titular cuenta con la experiencia, legitimidad, autoridad moral y la audacia para saber el arte de negociar.
En pocas horas, la funcionaria federal, atendió, escuchó y encausó los términos de una negociación de beneficios mutuos; les recordó que -en mesas anteriores con otras instancias responsables tuvieron voz, voto y bocetaron posibles acuerdos.
Les reafirmó y aclaró que a pesar de no ser la instancia responsable de atender los temas cuando se nombra un área natural protegida, ella y su equipo podrían ser un puente gestor del diálogo.
Además, se tuvo el tiempo y el temple necesario para subrayar que el decreto busca preservar el cuidado y conservación de los mantos acuíferos de las zonas clave del estado, además de proteger la flora y fauna endémicas del lugar y sobre todo dar beneficios a millones de personas, que naturalmente, incluyen a los ejidatarios inconformes.
El spin estratégico para contrarrestar un ataque político y dirigir una negociación donde todos ganan, solo pudo ser posible por la credibilidad y confianza que debe tener toda persona que se sienta en la mesa de la negociación.
El arte de la negociación, es un viejo oficio de destreza que parece ser olvidado y devaluado, pero cuando predominan los valores y la visión estratégica en su utilización puede ser una gran herramienta.
@javoesquivel