Javier Esquivel
En México es bien conocido que siempre hay personajes que se postulan a un cargo de elección popular y simulan efectuar una campaña electoral, a pesar de que son conscientes de que no tienen alguna posibilidad de triunfo, para obtener un beneficio a futuro.
En su calidad de figuras políticas se enrolan en las convocatorias de sus partidos, cumplen los requisitos, invierten tiempo y esfuerzos, aparentan competencia, pero solo para tener -al corto y mediano plazos- la suficiente capacidad de negociación política que les permita mantener vigencia e influencia durante el proceso electoral.
A pesar de que es una estrategia ya vieja y conocida por diversos los partidos políticos, las y los eternos aspirantes a un cargo de elección popular siguen sin la capacidad de dominar las técnicas y tácticas que les permitir aumentar su rentabilidad electoral y disimular de que no se trata de un engaño su postulación.
En una primera instancia, la simulación de competencia es evidente cuando la insistencia es mayúscula a pesar de que las encuestas más profesionales indican que su nivel de conocimiento, aceptación e intención de voto son insuficientes como para ser considerados por los electores como serios aspirantes.
En segundo lugar, se confirman las hipótesis de campaña de impostura cuando en el discurso mediático de las y los aspirantes la constante es el reproche, la recriminación, la amenaza de ruptura interna y el flirteo con otros partidos.
Incluso, ya hay quienes utilizan una personalidad mediática agresiva en entrevistas para aparentar firmeza en la confrontación de ideas con las y los reporteros seleccionados, para que una vez difundidas, sean tendencia o sean virables para ganar algo de conocimiento y asombro del público.
La mayoría de las y los aspirantes de engañifa seleccionan con burda inexactitud la colocación geográfica de publicidad personalizada en medios alternativos como los espectaculares con la falsa idea de promoción de portadas de revistas.
En sus campañas de territorio seleccionan sólo sitios con ambientes sociales controlados; lugares y comunidades donde podrían tener menor riegos de ser increpados o espacios que les permita pretender engañar con imágenes de que acuden multitudes.
En redes sociales las cosas no son tan distintas, no se arriesgan a bailes desafortunados que los encasillen en el marco de la ridiculez, pero generan y administran percepciones e imágenes que la gente y el posible elector común ya no cree.
Es aún más evidente cuando en un análisis más profundo de sus estrategias político electorales no se detectan acciones como para emparejar la contienda.
En una competencia real, el último de las preferencias electorales, busca a través de varias tácticas de guerrillas contrastar posturas, generar visibilidad para ir escalando posiciones.
Las y los poseedores de lugares más arriba en los índices de preferencia, buscan el flaqueo, ganar banderas, causas sociales, acercarse a las y los punteros, pero nada de eso vemos cuando hay el disimulo de competencia. Solo vemos rostros, voces y logos de partido sin ningún mensaje que haga diferencia.
La publicidad electoral sin estrategia, además de ser gasto inútil, no beneficia ni ayuda a nadie para convertirse en fiel de la balanza. Ser considerado como elemento clave para sumarse a un equipo ganador requiere más esfuerzo.
Declinar y adherirse de último minuto al equipo ganador con número rojos en las encuestas no es sinónimo de ser considerado o considerada ni como aspirante a la Jefatura de Gobierno, postulante a una secretaria de Estado o para ocupar algún liderazgo plurinominal en el Senado de la República.
Hasta para negociar hoy se ocupa más creatividad e inteligencia y más estrategia.
Con todos estos elementos hoy podríamos detectar, de todas las postulaciones presidenciales del oficialismo y la oposición o de cualquier otro cargo de representación popular del proceso electoral del 2024, cuál o cuáles son las candidaturas de impostura.
@javoesquivel