Javier Esquivel
– ¡Hey, esa barda es mía! -, reclamaba con aires de enojo un promotor del voto barrial a su colega que asignaba con prepotencia algunas tareas a un grupo de pintores de brocha gorda.
Ambos personajes estaban empoderados y empecinados por hacer valer su voz aguda ante el reclamo de uno y otro.
Esta escena, sin duda, podría repetirse en cada colonia y en cada sección electoral de este país y sin duda, de Querétaro. Pareciera que la propiedad privada, donde se hacen estás pintas, estuvieran previamente repartidas o asignadas a los partidos políticos.
-Al menos el pintar bardas se ha convertido en una forma de vida para algunos en épocas de campaña, ya sean en los tiempos legales para hacerlo o en actos anticipados de forma irregular-, me repito en mis adentros.
Hoy pareciera que la o el aspirante presidencial que logre más bardas con su nombre y con una leyenda, sin ser eslogan de campaña, pudiera mejorar sus niveles de preferencia ciudadana.
Los mensajes de campaña o con tintes electorales pintados en ladrillos de predios o fachadas en avenidas han perdido de manera importante credibilidad de la ciudadanía desde hace muchos años.
Las bardas pintadas -como herramienta de propaganda-, desde hace décadas han perdido su impacto electoral ante la ciudadanía ya no generan emociones positivas, sentido de pertenencias u orgullo de la militancia, no persuaden, pero si saturan y, en pocas palabras, nadie se detiene a leer, nadie confía en lo que se puede leer.
Son generadores de hartazgo al combinarse con los miles de anuncios en radio, televisión que se transmiten aburridamente sin parar.
Las pintas aumentan el rechazo si no hay representación emocional y significado a las necesidades del elector sin preferencia partidista, pero que forzosamente y por varios días tendrán que ver las mujeres y hombres al salir a trabajar y al regresar a casa.
No hay estudio comprobado que demuestre que colocar el nombre de la persona o utilice las pintas como estrategia de guerrilla callejera haya mejorado su nivel de conocimiento o aceptación e intención de voto en las zonas destinada para la mancha de muros.
Lo que antes se pensaba era la mejor manera de promocionarse, hoy implica realizar estudios más a detalle para lograr algún beneficio. Es necesario hacer una gama de análisis previos, – al menos-, geográficos y de sociología electoral para ubicarlas en ciertas colonias, municipios y/o poblados de mayor tránsito de electores para que pudieran ser funcionales.
“Pintar la barda es como tirar las redes al mar, sin saber que se va a pescar”, me dijo uno de los promotores de voto y algunos jefes de campaña barrial a los que se pudo preguntar.
Sin saber tipología de voto, nivel socioeconómico, problemáticas, necesidades o preocupaciones, hoy se pinta el nombre y el slogan de los partidos; se hace hoy, así -pues es ilegal-, no es tiempo de campaña.
No importa si se está en una zona de antivoto o con alto nivel de rechazo a la candidata o candidato, hoy se pinta la barda como si de tirar la red o anzuelos a la mar se tratara.
En adición, las autoridades y aspirantes al 2024 abren frentes de batalla por las bardas de las esquinas que pintan y despintan con recursos públicos o fuentes de financiamiento anónimas.
Todo sea por el folclor y marcar la agenda de campaña más que para alcanzar una utilidad real que buscaría cualquier mecanismo alternativo de campaña: sumar o restar votos.
No importa si eres el miembro de campaña, o el pintor, o el promotor electoral, la alcaldesa, el presidente municipal o el ciudadano sin partido, la efectividad de las bardas tiene otro sentido diferente al de ganar o perder una elección: hacer negocio.
Apunte del consultor
“-Disculpe, ¿Usted es la dueña de esta casa? ¿Podemos pintar su barda con la imagen de campaña de mi candidata?
Mmmm, – Ella meditó brevemente antes de subir a su camioneta.
-Sí, respondió, mientras en sus adentros se decía: Esos brochazos al menos borrarán el grafiti de los malos jóvenes ciudadanos o del gobierno municipal que sigue sin dar resultados.
@javoesquivel
