Roberto Mendoza
A finales de 2017 había un ánimo de hartazgo, Andrés Manuel López Obrador era el personaje que empujaba un supuesto cambio, todo suponía que sería para mejorar, una forma supuestamente nueva de gobernar, la esperanza de otra estrategia y organización.
La desilusión llegó pronto, el presidente en su primera decisión, dio un golpe de poder en la mesa, decisión que fue al mismo tiempo un mensaje y un posicionamiento político: Yo tengo el poder y voy a ejercerlo. Cancelar el aeropuerto de Texcoco, con justificaciones endebles, dejó claro que no importaba si las finanzas del país iban a sufrir, el nuevo gobierno sabía cómo dominar por encima de la lógica, el propio presidente ha relatado que el aeropuerto de Texcoco no lo dejaba dormir y por eso lo canceló.
La siguiente decisión fue todavía más trascendental, el gobierno no quería entrar a negociar con empresarios que tuvieran el control de algún presupuesto, aun cuando se tuviera que sacrificar a quien fuera, las mafias que no se adecuaran al nuevo estilo del gobierno, estaban destinadas a desaparecer. Así sucedió con las grandes compañías farmacéuticas. No debe ser mentira que se sentían protegidas porque acabar con su esquema pondría en peligro de muerte a miles de pacientes y era con eso que podían chantajear, el gobierno se fue con todo contra ellas, el mensaje fue: No nos importa que mueran miles, ustedes no pasan, ni nos van a chantajear, los vamos a derrotar.
Incluso en la crisis de salud más grave en 10 años el pleito no menguó, a pesar de la disposición de una de las partes el gobierno no negoció, prefirió caer en esquemas que comprobaron su casi nula efectividad como comisionar a un apéndice de la ONU para que se encargara de comprar las medicinas de todo México, tampoco funcionó otra iniciativa donde el gobierno invirtió dinero por adelantado y no obtuvo las vacunas contra el COVID 19 que ya había pagado. El ejército tampoco pudo distribuir, ni las vacunas ni las medicinas, siempre se quedó corto, no porque fuera ineficiente o ineficaz, sino porque no tiene la experiencia, algunas vacunas se descompusieron en los climas extremos del país, otras perdieron efectividad y otras más simplemente se extraviaron. No es la finalidad de la milicia distribuir medicinas.
Y ha sido precisamente nuestras fuerzas armadas las que ha recibido lo mejor y lo peor en estos cinco años, el gobierno ha usado al ejército en casi todos sus proyectos importantes, ha creado empresas y le ha dado mucha fuerza, pero también lo ha expuesto. Fue el presidente personalmente, quien tomó una decisión inicial que ha marcado la seguridad, la liberación de uno de los máximos jefes del narco y sus consecuencias enmarcadas en una ocurrencia transformada en estrategia, una absurda abstracción de que el crimen no se debe combatir con la fuerza, ni siquiera por razones estratégicas, sino con abrazos. ¿De qué sirve un aparato de contención y corrección de conductas criminales que le pide, por favor, a los delincuentes no delinquir, mientras ellos matan, secuestran y destruyen a diestra y siniestra?
En cinco años estamos más pobres; nuestra vida, de por si complicada, se volvió más pesada. Una profesional importante me dijo: en mi cumpleaños antes podía salir a vacacionar, ahora no puedo, siento que estoy en un bache, no encuentro la salida, el dinero me rinde menos, mi vida profesional no es tan satisfactoria como antes. Emprender algo nuevo es casi imposible, nuestra vida se ha precarizado.
Cinco años han pasado y estamos en otro hartazgo, ahora mismo hay otro personaje de la vida pública que nos asegura que empujará un cambio, que nos renueva la esperanza, que nos ofrece una nueva estrategia y una organización diferente. Soy un hombre apasionado y quiero creer ¿Y usted?