Los Blanchet/Caldo de Cultivo
En el año de 1925, un tal Víctor Lustig, haciéndose pasar como funcionario del gobierno francés, logró convencer a un cándido chatarrero de París de que la Torre Eiffel estaba en tan mal estado que necesitaba ser demolida. Lustig le vendió la “torre”, o sus futuros desechos metálicos, por una gran suma, pero obviamente, la Torre Eiffel nunca fue demolida y Lustig se peló con la marmaja.
Historias como este legendario hito de la trácala a lo grande se continúan dando en el mundo a un siglo de distancia. La “Estafa Maestra” en el sexenio pasado y el desfalco multimillonario a Segalmex en este, -impunes ambos al día de hoy, por supuesto-, son ejemplos y evidencia de que un siglo es poco tiempo para que una especie como la nuestra evolucione hacia la honradez y la conciencia.
A nivel de tierra -los de a pie no estamos exentos-, los intentos de fraude son cotidianos. No hay día en que no llegue un correo con facturas falsas de supuestos proveedores no identificados invitando a descargar el archivo que contiene el malware con el que nos robarán la información y hasta la identidad, o bien, el ‘novedoso’ -y hasta hilarante- truco del correo con la notificación de una multa fotográfica por exceso de velocidad el 15 de Septiembre en algún lugar del ‘Establo de México’ con fotografías y toda la cosa. También están aquellos que nos envían desde remotos países invitándonos a entrarle a negocios extraños o que les urge transferirnos una suma argumentando motivos de lo más absurdo.
Y en el rubro de las llamadas telefónicas, aún hay quienes caen en la trampa de los que se hacen pasar como empleados del banco para sacarles las contraseñas de la tarjeta. ¿Cómo saben nuestra información personal? ¿Quién desde el banco se las filtra?
O aquellas en las que quieren sorprender (todavía con éxito en algunos casos), con el supuesto secuestro de un familiar. Y si estas técnicas baratas les siguen funcionando a los estafadores, es porque a nosotros nos hace falta barrio o simplemente necesitamos ver más “bax”.
Si bien la responsabilidad de proteger el patrimonio es de cada persona, evitando caer en estas trampas digitales, existen herramientas creadas para contribuir con dicha protección. Por ejemplo, el Municipio de Querétaro lanzó el año pasado CuelgApp, cuya función es colgar automáticamente las llamadas entrantes provenientes de números telefónicos ya identificados como fraudulentos. Esta aplicación, dada su efectividad, fue adoptada por todos los demás municipios del Estado y por otros más del resto del país. Y en el rubro de la seguridad personal, el municipio también cuenta con una aplicación lanzada hace unos días por Luis Nava: AsistenciApp, en coordinación con la Fiscalía General del Estado, diseñada para brindar protección física efectiva a personas que denuncien alguna amenaza o riesgo para sí o su familia.
Fuego contra fuego. Son tiempos difíciles.
¡No te lleves mi traguito!
Todo comenzó cuando hace un par de días estos, sus amigos, sentimos la necesidad de comer (rara costumbre humana). Ese día el vacío estomacal se manifestó a las 7:00 pm después de 7 horas de ayuno (¡eso no es de Dios!). Lo único que se nos vino a la mente para saciar nuestra hambre fue una deliciosa pizza (el mejor invento culinario de todos los tiempos y manjar de dioses), y ser atendidos como nacidos en Buckingham. Así que decidimos que Rock ‘N Park era el lugar.
Arribamos al lugar, nos tomaron la orden y minutos después ya contábamos con nuestra rica pizza y nuestros respectivos refrescos de cola, que no eran precisamente unos bidets.
Tras haber saciado nuestro feroz apetito con tan opípara comida, nos adentramos en una elevada platica de pileta, o sea, al chisme. De repente, a la diligente mesera que pasaba por ahí, en su afán de servicio, le vimos la intención de llevarse el último sorbo de nuestras sodas, situación que nos hizo reaccionar sacando a flote el instinto animal de conservación, cubriendo inmediatamente nuestros vasos como fieras protegiendo a sus crías, y con un sonoro gruñido le dijimos: ¡No te lleves mi traguito! La pobre chica sólo atinó a sonreír ante tan infantil reacción y procedió a ofrecernos la siguiente.
De ahí viene la reflexión: ese último traguito es muy significativo no sólo para concluir los alimentos y sentir ese placer de echar la cabeza para atrás y decir: ¡listo, ya vámonos! Ese traguito simboliza lo que la vida nos da como oportunidad para concluir cosas, después de haber dado los sorbos previos. Ese vaso de refresco o cualquier bebida (las experiencias), es lo que el universo (la mesera) nos ofrece y pone en frente, y depende de nosotros si lo concluimos o no.
Aquí las preguntas, hablando metafóricamente y en comparativa con nuestra vida: ¿Cuántas veces dejamos ese traguito (esa experiencia) y pasamos a otra bebida sin pensar y por costumbre? ¿Normalmente las bebidas que ordenamos son frías o calientes (la intensidad)? ¿Disfrutamos nuestra bebida o sólo saciamos la sed del momento? ¿Cuántas veces solicitamos el refill de lo mismo (cosas materiales), por no tener llenadera?
Nos queda claro que en esta vida la bebes o la derramas. No permitamos que nadie intencional o accidentalmente nos arrebate el último traguito de nuestras experiencias o de la misma vida. Y llevándolo al placer de la comida, como decía la abue: no olviden que la primera y la última mordida de la torta son las más ricas.
En la vida valoremos y disfrutemos de los últimos traguitos, pero no nos atragantemos.
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