Enrique Álvarez
El miércoles de la semana pasada los tendidos se llenaron de pañuelos blancos. Desde la Suprema Corte de Justicia de la Nación se dio el visto bueno para que se reanuden en la Plaza México las corridas de toros.
Pero llena también de responsabilidad a todos los actores de la fiesta brava. ¿A que me refiero? Me explico:
Una corrida de toros no es solo un festejo de cultura, arte y valentía. Es una actividad plagada de ritos y reglas que deben cumplirse. El toro debe de tener una edad y un peso mínimo para ser lidiado en una corrida. Esto le dará tamaño, trapío y fuerza para que el enfrentamiento ante el hombre sea justo y digno. Es responsabilidad de empresarios y ganaderos elegir astados que cumplan.
Los toros deben de ser sorteados entre los alternantes. He sido testigo de como figuras del toreo eligen su lote “cómodo”. El Juez debe de ser autoridad y no comparsa de las malas prácticas de empresarios y toreros.
Por ética y profesionalismo, los toreros deben de aceptar lidiar lo que salga de la puerta de toriles. Pero hay matadores que eligen solo ciertas ganaderías, dejando a un lado la valentía, lidiando solo lo cómodo, lo ya probado y lo ya aprobado. Una figura del toreo gana mucho dinero. Es justo que lo desquite en el ruedo cumpliendo las expectativas del público y no toreando a conveniencia.
Un papel preponderante lo juega el público. La afición debe de exigir toros. Debe de exigir al juez que se cumpla a cabalidad el reglamento en los tres tercios. ¿Y cómo se exige esto? Llenando los tendidos y juzgando desde su asiento.
Si cada actor de la fiesta brava hace su papel, florecerá de nuevo esta bella industria que recibió una gran cornada. Su naturaleza le hizo regresar de la enfermería y salir a lidiar. Esperemos que el final de esta lidia sea de orejas y rabo.