Mario Maraboto
¿Alguna vez se han topado con alguien que, cuando le preguntan su nombre responde anteponiendo su grado académico (doctor, licenciado, maestro, etc.)? Mi respuesta ante ello invariablemente es: pregunté tu nombre, no tu grado.
Es verdad que obtener un grado académico habla de un esfuerzo personal por la superación intelectual o técnica y da un cierto prestigio, una categoría. El título profesional avala que se han acreditado satisfactoriamente las evaluaciones correspondientes ante el jurado de una institución de educación superior para el ejercicio de una profesión.
Pero tener un grado académico no implica necesariamente la garantía de una carrera exitosa ni el ser un verdadero experto en el sector laboral en que se desempeña la persona. Pensemos, por ejemplo, en el actual encargado de la Fiscalía de Justicia de la CDMX: se graduó en 1997 como Licenciado en sociología, tiene maestría en Gobierno y Asuntos Políticos y en Dirección y Gestión Pública Municipal, y un doctorado en Derecho, en 2020; sin embargo, su ejercicio profesional ha sido en la academia y en algunos cargos públicos, pero, en la Fiscalía, su trabajo más notable fue como vocero -no como abogado- desde que obtuvo su doctorado. Con este marco contextual, el grado de Doctor no garantizaría su éxito como Fiscal dada la inexperiencia laboral al respecto.
A muchas personas les importa más ser identificadas por su grado académico, seguramente porque el ostentarlo les genera confianza y les permite ejercer cierta autoridad sobre los demás. Ser tratados por su grado académico más que por su nombre, les alimenta su ego y su soberbia, en demérito de su calidad como personas. Su título profesional es su estandarte de éxito pero también de diferenciación sobre quienes, por cualquier circunstancia, o no han tenido estudios superiores o son sus subalternos.
Mario Alfredo Cantarero, Maestro en Comunicación social por la Universidad Autónoma de Barcelona dice al respecto: “En las relaciones cotidianas, presumir el título académico comunica prepotencia y soberbia personal, proyección de superioridad, en menoscabo del interlocutor al que se invita u obliga a reverenciar al emisor, haciéndolo sentir en un ficticio mundo de la arrogancia.” Es como construir muros de soberbia y prepotencia que separan al profesionista de quienes han carecido de oportunidades de estudio.
Al parecer, el uso indiscriminado (siempre antes del nombre) del título académico en las relaciones cotidianas puede evidenciar ciertas limitaciones de la estructura psicológica del individuo, que lo llevan a sobresalir más por su grado que por su calidad humana. En términos corrientes, podríamos decir que les gusta que se valore más el “envase” que el contenido concreto y su valor social.
¿Se han fijado que en su cuenta de “X” Claudia Sheinbaum aparece como “Dra”? y cuando sus allegados se refieren a ella hablan de la doctora Claudia? En efecto, tiene doctorado en ingeniería Energética con enfoque al cambio climático, pero su vida profesional ha estado alejada de ello. ¿Por qué entonces el afán de anteponer un grado académico sobre una actividad que no ejerce?
¿Supondríamos por ello que la candidata oficial tiene un cierto nivel de complejo de superioridad? Según los psicólogos, una persona con ese complejo hace alarde de todo lo que tiene, presume exageradamente supuestos logros, piensa que todo el mundo la critica y que tienen celos y envidia de ella, le cuesta mucho aceptar sus errores y/o pedir perdón y quiere siempre llamar la atención.
¿Será que la candidata oficial quiere dejar claro que tiene un alto grado académico para señalar un cierto nivel de superioridad profesional? Si es así, habrá que estar preparados, en caso de que gane.