La paz en Oriente Medio es el producto más escaso desde hace décadas. Alentados y armados por las grandes potencias, los motivos de conflicto abundan y para cualquier analista, encontrar alguna vía de acuerdo y negociación entre los diferentes países en pugna resulta imposible.
Los Estados Unidos y Gran Bretaña han acusado a Irán de ser los responsables de los ataques a 2 petroleros, uno noruego y otro japonés, la semana pasada en el estrecho de Ormuz, hechos agravados por haberse realizado mientras estaba de visita en ese país el Primer Ministro Japonés Shinzo Abe, tratando de lograr un puente de negociación iraní con Estados Unidos, lo que no consiguió.
Rusia y China se apresuraron a apoyar a Irán, mientras los norteamericanos incluso publicaron un video, obtenido por fuentes de inteligencia en el que pretenden demostrar la responsabilidad iraní, pero la información no es precisa ni resuelve la contradicción que el ataque provino del aire, presuntamente a través de un misil y no de una mina acuática. Esto hace pensar que el ataque pudo haber partido de algún arma de Saudiarabia con el expreso propósito de acusar a Irán, su encarnizado enemigo en la región.
Irán ha reiniciado el enriquecimiento de uranio y ha amenazado con sobrepasar los límites permitidos en el tratado que Estados Unidos abandonó unilateralmente. Esto prende las alarmas en Israel, otro de los principales enemigos de Irán en la región. Por su parte, Irán ha incrementado su presencia apoyando a los rebeldes que pelean una terrible guerra civil en Yemen, vecino de Arabia Saudita, dotándoles de armas, misiles y drones, con los que éstos han atacado objetivos en plena Saudiarabia.
El príncipe heredero saudí ha llamado a actuar contra Irán, pero él también tiene las manos manchada de sangre, habiendo ordenado el asesinato de un periodista disidente que escribía para el Washington Post y habiendo perseguido a funcionarios y familiares que no apoyan sus medidas radicales para ejercer el poder. Trump apoya al príncipe, a pesar de que la CIA demostró la responsabilidad del príncipe en el asesinato, por lo que no son los principios ni la decencia lo que prevalece en la región ni en sus patrocinadores.
Los tambores de la guerra suenan de nuevo en la región, sin importar los anteriores fiascos de unas armas de destrucción masiva que jamás encontraron a Saddam Hussein, de una serie de guerras cuyos efectos siguen siendo incontrolables y de que esto también es tema central para la reelección de Trump.