Con gran tristeza hemos presenciado la destrucción del Amazonas en los últimos días, entre incredulidad por la escala de lo que sucede, frustración porque hemos dejado que pase e impotencia por no saber cómo ayudar.
Y no es para menos. El Amazonas representa al menos 40% de los bosques tropicales del mundo y 15% de las especies animales terrestres, a su vez se considera como el “pulmón del mundo” en virtud de la gran cantidad de oxígeno que genera y de dióxido de carbono que retiene, cooperando así de gran manera a controlar el calentamiento global. Su destrucción no solo afectaría a Brasil, sino que sus efectos se sentirían a lo largo de todo el mundo.
Desde 1970, el Amazonas ha perdido alrededor de 800,000 km2 de bosque, es decir, una extensión superior a la superficie de Texas. El tema es particularmente delicado porque, según expertos, si la pérdida de bosque pasa un cierto límite, el daño es irreversible y continuará hasta que el Amazonas pase de ser un bosque tropical a ser un ecosistema de Savannah. Esto significaría menos producción de oxígeno, menos resguardo de dióxido de carbono y menos especies vegetales y animales albergadas.
El problema se agrava porque en Brasil se vive un conflicto filosófico-político sobre el tema. Una parte importante de la población y de sus actores económicos y políticos, hoy encarnados en el presidente Bolsonaro, consideran al Amazonas como un simple recurso adicional que debe usarse como palanca de desarrollo del país. Este mismo sector desestima las peticiones internacionales de preservar el Amazonas como hipocresías y como excusas para evitar el crecimiento de Brasil. Es decir, el argumento parecería ser ¿por qué los países poderosos sí pueden explotar sus bosques para su crecimiento económico y nosotros no? Desde fuera parece que el argumento es minimalista y egoísta. Desde dentro del país parece un grito de nacionalismo que opone al Brasil que quiere crecer vs. al mundo que quiere conservar esta joya de biodiversidad pero que no está dispuesto a asumir los costos financieros de hacerlo y quisiera que el país sede asumiera toda la factura.
¿Las soluciones? No parece haber una fácil. Es ilusorio pensar que Brasil dejará de buscar crecimiento económico, creo que el escenario más favorecedor es que dicho país encuentre un balance donde encuentre más valor económico en la conservación y explotación racional del bosque que en destruirlo para fomentar actividades mineras y de agricultura industrial. Por su parte, me parece que la comunidad internacional tendrá que reconocer que si queremos conservar el Amazonas tenemos que pagar un precio y subvencionar su existencia y cuidado, ya sea mediante (i) aportaciones recurrentes y mínimas a fondos de conservación, (ii) mediante el establecimiento de impuestos ecológicos como el gravamen al carbono o (iii) condicionando el acceso de Brasil a los mercados internacionales a que cumpla con normatividad ambiental que proteja al Amazonas. En fin, yo lloro por ti Amazonas porque el peligro es grande y las soluciones complicadas y lejanas.
Twilight Zone… Escasez de medicinas contra el cáncer… irreal que se esté desprotegiendo a quienes más necesitan apoyo. ¿Será porque no votan? Hay cosas que simplemente no se entienden…