Padre Nicolás Schwizer
Instituto
de los Padres
de Schoenstatt
Con este domingo, finalizamos la lectura del capítulo 6 de San Juan, que iniciamos hace un mes. Después de la multiplicación del pan, Jesús nos llevó poco a poco a descubrir que la verdadera comida, la que da vida eterna, consiste en su Palabra y en su Cuerpo y Sangre. Con la celebración de hoy, ha llegado el momento de sacar las conclusiones de las largas explicaciones que Jesús nos dio a partir del milagro; pero no podemos limitarnos a una conclusión teórica, no podemos quedar satisfechos con puras palabras.
Lo que Él exige de cada uno de nosotros, en este momento, es una toma de posición, clara y explícita, un compromiso en pro o en contra de Él, tal como ocurrió después de terminar Jesús de hablar con la gente de Cafarnaún.
Aquella gente se había entusiasmado al ver el milagro de la multiplicación de los panes, pero después de haber escuchado las mismas palabras de Jesús, se dividió en tres actitudes o grupos diferentes:
El primer grupo. Según San Juan, muchos discípulos no creen en lo que el Señor acaba de declarar, lo critican, lo rechazan. No es la primera vez que los hombres le manifiestan su desacuerdo a Dios.
El segundo grupo. Al lado de los que se retiran, hay otro grupo que tampoco cree en Cristo, que no deja de criticarlo y, sin embargo, sigue caminando con Él.
No lo dejan por respeto humano, o porque esperan volver a comer pan gratis o a tomar de ese famoso vino que comentan todavía los de Caná. Algunos ambiciosos anhelan puestos de primer plano en un posible futuro reino terrenal…
En el fondo, todos son hipócritas y aprovechadores. Judas Iscariote es uno de ellos, uno de esos incrédulos que hasta el final, hasta el abrazo de la traición, tratan de aprovecharse de Jesús.
Por último, se queda un tercer grupo muy reducido de discípulos de Cristo: los once, algunas mujeres y otros pocos creyentes. El Señor no los retiene a la fuerza y por eso les pregunta: “¿También ustedes quieren marcharse?” Y entonces Pedro, hablando por primera vez en nombre de sus compañeros, contesta: “Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros te creemos”.
Así que la primera comunidad en torno a Cristo se constituye a partir de hombres libres que saben decidirse por Él, que hacen frente a la gran mayoría del pueblo y que le seguirán tanto en sus triunfos como en sus fracasos.
¿Y nosotros hoy? Nuestro mundo de hoy y la situación actual de los cristianos se parecen al mundo de aquel tiempo. Es la hora de una nueva opción en pro o en contra de Cristo y de la Iglesia.
Debemos imitar la actitud de Josué, en la primera lectura de hoy (Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b). Llevó a su pueblo hasta la tierra prometida, donde se encontraron con los paganos y sus ídolos. Entonces reúne a las doce tribus y les pregunta solemnemente si quieren seguir sirviendo a Yahvé o prefieren dar culto a los dioses del país en el que van a vivir. Y así se deciden a renovar su Alianza del Sinaí y ser fieles a su Dios.
También hoy en día estamos ante la misma decisión. También hoy encontramos las mismas actitudes y los mismos grupos diferentes frente a esa opción.
Todos debemos convertirnos de cristianos de herencia y de rutina en cristianos que toman una decisión personal, una opción radical que nos compromete por entero en el seguimiento de Cristo. La fe cristiana es una opción por Dios y en contra de todo aquello que se hace pasar por dios en este mundo.