Después de unos días fuera de la ciudad y visitando lugares extraordinarios, sobredimensionados, en donde laboran y habitan 1 millón 700 mil personas en un territorio de 59.5 kilómetros cuadrados (Manhattan) quedé en proceso de ‘loading’ (pensamiento), como dicen los chavos de hoy, tratando de procesar las ideas y acomodarlas en mi muy precario cerebro.
Descubrí edificios de 102 pisos con 380 metros de altura (Empire State), estatuas con 93 metros de altura (la Estatua de la Libertad), y edificios corporativos con promedio de 218 metros de altura, el del New York Times, con 52 pisos y 32 elevadores. Me surgió la gran pregunta. ¿Cuándo los fundadores iniciaron su proyecto de negocio, imaginaron alcanzar corporativos de esas dimensiones?
¿Cómo surge la idea y la necesidad de crear o construir un edificio de tal magnitud? ¿En qué momento se empieza a dimensionar el tamaño que alcanza? ¿Cuál es la clave secreta de emprender un negocio de ese tamaño? ¿Cuáles son los pasos a seguir? Estas son algunas de las miles de preguntas que me surgen.
Me sentí un duende en tierra de gigantes, con excesos en cada lugar que observaba, el tamaño de los edificios, la capacidad de recibir y residir de tanta gente en un mismo lugar, el movimiento constante de la ciudad, el manejo de la impecabilidad, excelencia y cuidado de los detalles en el ‘marketing’, el tamaño y la calidad en los museos, de los obras de teatro.
Es admirable la capacidad de llenar las salas, agotar entradas, el movimiento en el metro, la cantidad de gente en las calles, las calles humeantes y saber que en algunas calles de Wall Street se mueven las decisiones económicas que impactan el movimiento mundial.
Estas son algunas de las cosas que no puedo digerir: cómo la tecnología, la economía y la política nos mueven como títeres (duendes) agitados por el 1 por ciento de la población mundial con el poder absoluto de tomar grandes decisiones.
Otro dato interesante fueron los contrastes, la gente sin casa (homeless) en las calles, con sus letreros, y el edificio de Donald Trump, en la 5ta Avenida, rodeado de tiendas carísimas y joyerías deslumbrantes. ¡Qué contraste! En la misma ciudad, había gente con teléfonos caros en el metro, sin cuidarse de las bolsas, ni carteras, permitiendo el paso a los que salen, y respetando los espacios interpersonales (sin contacto entre cuerpos). Sin duda, hay mucho que aprenderles, a saber que ‘enough’ es suficiente en un elevador, y no exceder los límites de las personas permitido.
También reafirmo que amo más a México, que aquí aún nos miramos a los ojos, que somos súper ingeniosos, y que cuando se nos descompone algo, hay muchas maneras de arreglarlo, sin piezas originales, que damos de corazón a quien lo necesita, que las carencias no nos limitan, que la solidaridad existe, y que como paisanos en tierras lejanas nos ayudamos.
Aquí si se nos cae algo, siempre hay alguien que al menos hace un movimiento para intentar alcanzarte lo que se te cayó, nos volteamos a ver aunque sea para criticarnos, que emprender un negocio es factible, y que nuestro ingenio nos permite no estirar la mano para pedir dinero, que poniendo un negocio de tortas en la puerta de la casa, da para alimentar a una familia de cinco personas.
También descubrí que en Estados Unidos, ha bajado el índice de obesidad y que en México ha aumentado, que tenemos mucho que aprender, y que de regreso a casa (Querétaro) las cosas no son iguales, porque se reactivó una parte que no estaba activada, y es la que decide que “sí se puede”.
Se puede soñar, emprender, sumar ambas partes, reactivar economías locales, con competencias para elevar la calidad de los productos nacionales. Se puede soñar en hacer lo que te gusta y dejar que las circunstancias, la vida, las decisiones (sin temor a crecer, ni al éxito) se apoderen de ti para crear fuentes de trabajo.
Sí se puede, si no olvidamos y aprendemos lo que nos sucede de regreso a casa.
Excelente semana
Por: Ely Machado
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