El deporte forma parte de la cultura, de los hábitos que hacen de nuestra vida una experiencia satisfactoria y que nos preparan para superar esfuerzos y enfermedades. La práctica deportiva en familia permite compartir momentos de superación personal y también afrontar situaciones incómodas, reforzando los lazos entre padres, hijos y hermanos.
Al igual que en muchas familias mexicanas, en la mía, mis hijos han inculcado a sus hijos diversas actividades deportivas que sumadas a las escolares en que participan permanentemente, implica disciplina y compromiso no solo para los niños sino también para sus padres. Es una locura, llevar y traer a los entrenamientos en horarios extra escolares, a los partidos sábados y domingos en Querétaro o a las giras deportivas. ¡Realmente es agotador! Admiro, especialmente a las mamás, que a pesar del cansancio, parten de la máxima de “mente sana en cuerpo sano”, convencidas de que además del desarrollo físico y la salud, ello implica disciplina y formación de carácter de los futuros, o no, deportistas mexicanos.
Ahora, quiero referirme a Juan Pablo, mi nieto de 9 años, quien sueña con “ser el mejor futbolista del mundo”; quien a fuerza de disciplina y llamadas de atención ha logrado controlar su pasión desmedida pero no su espíritu ganador. Comparto lo que escribió por la claridad con que expresa el anhelo de su vida futura.
“El fútbol me encanta pero lo que pasa es que algunos se enojan, yo también me enojo pero lo importante es divertirse, no importa si eres bueno o malo. Nunca te rindas, tú piensa y demuestra lo que eres si no, nunca vas a ser bueno, piensa que eres el mejor jugador de fútbol y así vas a ser muy bueno, confía en ti y te vas a divertir. Mi sueño es el mejor futbolista del mundo. Importa que te diviertas pero también la pasión al jugar. Si perdemos, a la próxima tenemos que ganar”
En México, todos los espectáculos palidecen frente al fútbol; como dice Enrique Krauze “reminiscencia prehispánica del ´juego de pelota´ con el fin de sacrificio al vencido, del dolor que provoca pena y culpa en el vencedor”. Herencia tatuada en el adn del mexicano. Ya es tiempo de asumir la responsabilidad colectiva -familia, escuela, universidad, empresas, gobiernos- para que nuestro México aparezca en el tablero de medallas, para que los deportistas se dediquen a entrenar y competir, para elevar el nivel de desempeño, para conseguir patrocinios y estímulos adecuados y, así, poner fin al país de improvisados, del ´ahí se va´, del ´pero´ y del ´hubiera´; en fin, de la justificación constante.
Todo el deporte contribuye a la formación integral de las personas, coadyuva a su desarrollo físico y mental, al espíritu triunfador, a forjar carácter y moldear el temperamento de quienes lo practican. Además, fomenta la convivencia social, familiar, comunitaria y mundial. Y es un imperativo impulsar la cultura de la victoria y la ambición porque hay que educar para competir y lograr la meta, en la que el triunfo sea el punto final.
Con motivo de las Olimpiadas, familiares, amigos y compañeros de trabajo, compartimos emociones y nervios desde la ilusión hasta el enojo, desde la esperanza hasta la indignación. Son culpas colectivas que en Rio 2016, persistieron en esa visión de que es suficiente hacer lo que se puede, lo importante es competir, no importa si no ganamos. ¡Basta ya de este espíritu masoquista en el que se lame la herida! La cultura deportiva debe ser parte del proceso educativo, con la mira de cazar talentos, impulsar el trabajo en equipo y la búsqueda de la excelencia.
Como dice Juan Pablo, un sueño en el que se pone todo el empeño, hasta el último aliento, para alcanzar una meta ganadora. Hacerlo de la mejor manera posible, con alma, corazón y cuerpo. Pensar que “la competencia para Tokyo 2020, inicia al día siguiente de terminada la gesta olímpica”.
Por: Patricia Espinosa Torres
En colaboración con Juan Pablo