Cada vez son más frecuentes las denuncias, por las Redes Sociales del Internet (RSI), de personas que fueron agredidas o violentadas sin un motivo aparentemente justificable o razonable.
Claro, nada justifica la violencia ni es un acto que se pueda razonar, pero las personas suelen decir: “de la nada comenzó a gritarme, insultarme y me agredió causando daño a mí persona”. Ningún acto sucede así. Y si así fuera, olvídese de hacer una denuncia penal, pues el agresor podría estar presentando una “reacción impulsiva transitoria”, misma que le será inimputable su delito o su pena será mínima.
Un acto violento casi siempre responde a un estímulo real o subjetivo que es emitido por la víctima. El victimario puede actuar a manera de defensa ante una primera agresión verbal o ante una postura contraria de ataque o bien como interpretación de una amenaza a su persona o seguridad. Por ejemplo, se reportan entre las principales causas de feminicidio el arrebato de celos de una pareja y la decisión de ella de poner fin a la relación y separarse. También, la situación de verse abandonado no es fácilmente aceptada por el agresor o la creencia que tiene la persona de una supuesta infidelidad de la pareja, varón o mujer. La incidencia de violencia hacia la pareja, en su mayoría, es realizada por varones, aunque no se descarta que las mujeres sean menos tolerantes a la hora de arreglar los conflictos a golpes.
Los factores que agravan los actos violentos hacia la pareja o hacia algún otro miembro de la familia son la premeditación, la crueldad y la costumbre de vivir con agresiones en la familia. Un acto con emoción violenta como el enojo plantea algunas hipótesis, como la de responder a un estímulo agresor, un nivel bajo de tolerancia a la frustración o a un estado de irritabilidad previa a un estímulo neutral desencadenante. Lo cierto es que nadie nos hace enojar, pues el enojo es una respuesta ante la contrariedad de no tener lo que deseamos, anhelamos, buscamos, queremos, esperamos o, simplemente, de que las cosas no sean a nuestro gusto y capricho.
El agresor violento tiene generalmente un perfil claramente definido, caracterizándolo en tener una conducta de agresión y de control sobre otra persona -la mujer- de manera sostenida, pues lo que busca principalmente es la subordinación de ella.
En muchos casos, tanto el enojo como la agresión no son coincidentes con una actitud de amorosidad por los demás. El varón no siente amor por la pareja, pero no acepta que ésta lo rechace o lo deje, porque eso significa perder el control sobre ella.
Por esa misma razón, la relación se vive en constante conflicto, pues no admiten tampoco que los desobedezcan, los contradigan o los desafíen.
La violencia es el resultado de un conflicto actuado por personas con problemas psicológicos, de una cultura machista familiar y social, y de la nula disponibilidad de mediar en la búsqueda de soluciones.
Por: Juan Carlos García Ramos