Indudablemente, la red digital y el Internet han trastocado la relación con el tiempo y el espacio. No hace falta consultar el diccionario o la enciclopedia con ‘googlear’ caen todas las respuestas. Sin duda, este avance trae beneficios pero también costos muchas veces imprevisibles; uno de ellos es la afectación en los vínculos familiares y sociales; en este ritmo acelerado, no cabe la espera, ahora, el mensaje de texto, lo resuelve todo.
La acumulación de información facilita el acceso al conocimiento y, al mismo tiempo, la saturación obliga a desechar y eliminarla con la misma velocidad que se obtiene. Reduce el espacio de la vida privada a la habitación o al ‘ciber café’ con laptop y celular. Todo es rápido hasta la enajenación en un mundo unificado por el mercado, la inmediatez que acaba en lo efímero. Lo complejo es gestionar el tiempo personal, libre y familiar. Y éste, es el gran pendiente.
Cada vez es más frecuente cruzarse por la calle con personas que hablan solas porque traen en su oreja el auricular de su móvil, observar a otras en espacios, supuestamente de convivencia (parques o restaurantes), juntas pero lejanas unas de otras inmersas en su mundo de tabletas o utilizando el ‘whatsapp’, “probablemente la herramienta de destrucción masiva de relaciones más efectiva”
En las últimas décadas, se popularizó el concepto de ‘milenias’, una red que entiende el valor del dinero, aprecia su libertad y se comunica a través de la tecnología. Están surgiendo miles de oportunidades para este gremio ya que jugarán un papel clave en el futuro de la economía digital. Las empresas lo saben y por eso recurren a ellos para que pongan voz a sus productos y servicios. Al mismo tiempo, las nuevas tecnologías han reforzado las tendencias hacia una mayor desigualdad provocada por la brecha digital. En 2015, el 81% de los hogares en el mundo desarrollado tenían acceso a internet, la proporción de los países en desarrollo fue de 34% y la de los menos desarrollados, de 7%.
En México, solo 29 por ciento de la población tiene acceso a la tecnología, a pesar de que el uso de internet aumentó de 7 a 43 por ciento en 2015. La población de jóvenes, de 15 a 34 años, es de 47 millones; y 7 millones, de 15 a 19 años está fuera del sistema educativo, marcado por la brecha digital al no tener acceso a la tecnología y no recibir conocimientos pertinentes ni educación con calidad.
El aumento de las comunicaciones globales, la confianza en el ciberespacio, las corporaciones habilitadas con tecnología plantean preguntas difíciles acerca de la privacidad. Indudablemente no se puede prescindir de estas herramientas, pero tampoco debemos permitir que sean los motores que rijan nuestras relaciones familiares y personales que cada vez se vislumbran más automatizadas. La paradoja es que en un mundo globalizado existen pocas oportunidades para millones de jóvenes que, día a día, se enfrentan a él sin las herramientas tecnológicas que no sustituyen carencias y desigualdades sociales, en un país donde primero hay que sobrevivir. Recorrer una estructura de hiperenlaces, menús desplegables y formularios de búsqueda es algo que se tiene que aprender, que no es innato como la capacidad de hablar o de hacer preguntas.
Entonces solo cabe preguntar si ¿los adultos estamos heredando un mundo ‘mejor’ a los jóvenes cuando es insuficiente el sustento para que se incorporen satisfactoriamente a éste? Es necesario propiciar las condiciones necesarias para que la tecnología se convierta en una aliada para los jóvenes y sus familias, que proporcione mejores habilidades, fomente nuevos comportamientos ante la comunidad y se convierta en un espacio proactivo para generar sociedades incluyentes. El reto es propiciar que se vinculen y tejan relaciones significativas, no ‘robotizadas’, que generen convivencia social.
Por: Patricia Espinosa Torres