Después de las grandes muestras de apoyo humanitario por los recientes cataclismos, la solidaridad tenderá a disminuir.
¿Qué necesitamos para que la solidaridad sea, de modo constante, parte de nuestra vida diaria?
- Una necesidad actual. La ayuda prestada durante los sismos y huracanes de México y el Caribe no hace que desaparezca la realidad de la crisis social contemporánea, llena de dificultades económicas, financieras y laborales. Por eso, la solidaridad realmente está lejos de ser un elemento central de nuestra civilización.
- Un aniversario importante. Con motivo de los 50 años de la encíclica ‘Populorum Progressio’ (1967) de Pablo VI, la Santa Sede acaba de publicar un documento titulado ‘Educar en el humanismo solidario’ (22 sept. 2017), que ofrece un programa “al servicio de un nuevo humanismo, donde la persona social se encuentra dispuesta a dialogar y a trabajar para la realización del bien común” (n. 7).
- ¿Por qué hay que educar hoy en la solidaridad? Como señala el documento, resulta paradójico que el hombre contemporáneo “haya alcanzado metas importantes” en el conocimiento de la naturaleza, la ciencia y la técnica, pero, a la vez, carezca de una “programación para una convivencia pública adecuada, que haga posible una existencia aceptable y digna para cada uno y para todos” (cfr. n. 6).
Por eso, se requiere un modelo educativo que no sólo desarrolle habilidades intelectuales y físicas, sino que permita que el “humanismo solidario” se arraigue en el modo de ver la vida y de actuar de toda una sociedad, que hoy está marcada por el individualismo.
Epílogo. Necesitamos pasar de la “solidaridad de emergencia” a la “cultura de la solidaridad”. Pero este cambio sólo vendrá si hay un cambio de modelo educativo basado en el “humanismo solidario”, que forje una nueva mentalidad, ya que “las formas de pensar influyen en las formas de actuar” (Francisco).