Tras el exilio del primer mandatario que ejerció el poder por 30 años, el General Porfirio Díaz, se dibujaba un México que tenía una realidad social adversa y con desigualdad. El ocaso del porfiriato era evidente pero con secuelas ¿qué representábamos en esos años? Un país que estaba conformado por hacendados que ejercían el control social sobre el territorio nacional. Más allá de los aciertos del Presidente Díaz, fijó un estado dirigido por grupos de élite que contaban con beneficios especiales en la labor gubernamental y en ejes de comercio. Una clase social acomodada que establecía un régimen servil sobre los más desprotegidos que eran preponderantemente obreros. El gran aporte del militar Cárdenas fue ser solidario con el pueblo mexicano. El “Tata” como le decían en aquellas comunidades recónditas cuando hacia sus giras por el territorio nacional. Instauró la propiedad de las tierras a través de los ejidos que permitieron desarraigar el vasto poder de los hacendados, dividiendo sus tierras en favor de los trabajadores. Se buscaba que por lo menos tuvieran un patrimonio personal. Una presidencia con fin socialista que tuvo su sello particular, al declarar en 1938 la expropiación petrolera. Aquella nacionalización del oro negro que permitió indemnizar a las empresas extranjeras para que solo los mexicanos tuviéramos la concesión. Extraordinaria labor del Lic. Francisco Arellano Belloc quien fungió como primer Director Jurídico de la naciente paraestatal: Petróleos Mexicanos (PEMEX). Cuya encomienda consistía en armonizar las relaciones entre el sindicato petrolero, las empresas extranjeras que estaban en nuestro país explotando la industria y el gobierno mexicano, así como adecuar el artículo 27 constitucional que daría pie a la conformación legal de PEMEX. Lázaro Cárdenas trataba de darle sentido al caminar democrático, el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) integraba actores políticos con un amplio breviario cultural, pluralidad de corrientes políticas como las que representaban Lombardo Toledano y Gómez Morín, fluía el dialogo ideológico. Política de altura y por delante los intereses nacionales. ¿Hoy, nos deleitamos con gobernanza desorientada?
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