El conejo –el “Conejo Imperial” para ser específicos– observa en silencio desde el letrero del viñedo, en medio de estas palabras tan conocidas: “Gran vino de Burdeos”.
Sin embargo, no hay conejos en este viñedo, ni imperiales ni de ningún tipo. Tampoco hay “Conejos Dorados” ni “Antílopes Tibetanos” ni “Grandes Antílopes” en los viñedos cercanos.
Eso no ha evitado que el nuevo propietario chino en una de las regiones vinícolas más afamadas de Francia les dé nombres inspirados en esos animales a los castillos que acaba de adquirir, a pesar de la preocupación de los franceses amantes de las tradiciones.
“Hasta ahora, el conejo no ha gozado de una gran reputación en los viñedos de Burdeos”, señaló Le Résistant, el diario local en la capital regional, Libourne. “La tendencia más bien ha consistido en su erradicación”.
Quizá no hay lugar que represente con más fuerza a Francia y su tradición de vinos finos que Burdeos. Sus mezclas curtidas y añejas de cabernet sauvignon y merlot, por mencionar solo dos, han inspirado a imitadores estadounidenses y se buscan en todo el mundo, a menudo con precios exorbitantes.
Sin embargo, a pesar de las quejas respecto de los chinos, esta historia de invasión no necesariamente es nueva para la región de la costa suroeste de Francia.
Durante siglos, Burdeos se ha adaptado al dinero y los gustos extranjeros, con una flexibilidad que desmiente la afirmación de los puristas acerca de que la tradición es inviolable.
Burdeos complacía a los ingleses cuando estaba bajo su dominio en los siglos XII y XIII, así como a los neerlandeses, quienes drenaron sus pantanos en el siglo XVII.
Abrió sus bodegas a los alemanes durante la ocupación nazi, y más recientemente transformó su sabor para adaptarse a las preferencias de Robert Parker, el crítico vinícola estadounidense con influencias californianas.
Burdeos va a donde está el dinero. Y el dinero ahora es de los chinos.
“Es bueno que haya inversionistas chinos, desde luego. Porque hay demasiados productores aquí y hay demasiado vino”, dijo Nan Hu, director general de Clos des Quatre Vents, la suntuosa propiedad de un conglomerado de bienes raíces y energía propiedad del Estado chino. “Por eso somos importantes en Burdeos”.
En efecto, no a todos los franceses les desagrada la idea.
Uno de ellos es Jean Pierre Amoreau, un célebre productor de Burdeos en Château Le Puy. ¿Está preocupado? “En absoluto”, dijo.
Los chinos estaban ayudando a muchos propietarios que, debido a los elevados impuestos a la herencia en Francia, a menudo no pueden dejarles sus propiedades a sus hijos, argumentó.
“Los chinos tienen mucha liquidez, así que están ayudando a que estos propietarios tengan un retiro decente”, comentó. “Y están ayudando a preservar los castillos”.
Jean-Marie Garde, un productor que dirige el sindicato de vinicultores en el histórico distrito de Pomerol, cerca de ahí, estuvo de acuerdo, hasta cierto punto.
“Respecto de los chinos decimos: ‘¿Por qué no?’”, dijo Garde. “Están presentes, pero no tanto”.
Aun así, “todos estamos un poco desconcertados debido a estos cambios de nombre”, comentó Garde. “Y también es desconcertante que nunca nos encontramos con ellos”, dijo acerca de los nuevos propietarios chinos.
No obstante, tampoco han estado completamente invisibles. Para algunos fue sorprendente ver la bandera roja china ondeando arriba del Clos des Quatre Vents, que se vislumbra desde el famoso Château Margaux en el Médoc, fabricante del vino de Burdeos con la mejor clasificación.
Hace poco, el célebre escritor Philippe Sollers escribió una carta abierta recriminatoria dirigida al alcalde de Burdeos, en la cual reflejó la ansiedad que se siente en toda la región y se quejó de lo que algunos consideraron el atrevimiento de cambiar los nombres de castillos históricos.
“No siento una curiosidad excesiva por la vida de esos animales, pues nunca me encontré, durante mi infancia en Burdeos, ni un solo ‘conejo imperial’ o ‘antílope tibetano’”, escribió Sollers. “¿Acaso no hay una forma de renombrar este vino en honor a su origen legítimo, establecido a través de los siglos?”.
Loic Grassin, cuyo abuelo compró la magnífica mansión de roca blanca del Château Senilhac en el Médoc en 1938, tampoco quedó muy contento con el cambio de nombre de la propiedad después de su reciente venta a un comprador chino.
Nunca había visto un “Antílope Tibetano”, el nuevo nombre que recibió la propiedad.
“Admito que me molestó bastante”, comentó. “Le quitaron su nombre de pila. Es extraño. No tengo nada en contra de los animales, pero, por favor, ¿‘Antílope Tibetano’? ¿De dónde sacaron eso?”.
Han sacado estos nombres de un deseo de crear un vínculo importante con China, que se ha convertido en el destino de casi un veinte por ciento del vino producido en Burdeos. Hasta un 80 por ciento del vino producido por los propietarios chinos va directamente a China y nunca sale al mercado francés.
“Esto no se trata de la cultura tradicional china”, dijo uno de los principales sinólogos en Francia, Jean-Philippe Béja del Instituto de Estudios Políticos de París. ‘‘Se trata de la mercadotecnia”.
No obstante, rechazó que la estrategia fuera buena.
“Están imitando el concepto ‘Hecho en China’, que en realidad no tiene buena reputación”, dijo. “A los chinos les interesa tener algo extranjero que les pertenezca”.
Quizá por ese motivo, la invasión china se ha limitado a quizá el tres por ciento de los alrededor de 6000 castillos de la región bordelesa. Los chinos tampoco han comprado ninguno de los productores vinícolas más celebrados, sino que han preferido adquirir los intermedios y los de menor clasificación.
La huella china en el estilo del vino también ha sido tenue, según la opinión de los productores locales.
“No veo un cambio de estilo”, dijo Amoreau, el vinicultor. “Nadie se arriesgará a cambiar este estilo por uno que no existe en realidad”, dijo, refiriéndose a los vinos chinos.
De hecho, los propietarios chinos dejan gran parte de la producción vinícola en manos de los equipos franceses ya establecidos.
Julia Zhang, una de los pocos propietarios chinos que viven en sus nuevas propiedades, en el distrito de Sainte Foy de Burdeos, ha elegido no cambiar el nombre de su Château des Chapelains. Ni siquiera recordaba el apellido de su viticultora en jefe, Claudine Rey, cuando reconoció su autonomía.
“Claudine se encarga de todo”, admitió Zhang.
The New York Times