En los primeros meses de su presidencia, Donald Trump se rodeó de un cierto tipo de hombres del Ejército que parecían no encajar del todo con su persona: John Kelly, Michael Flynn, H.R. McMaster y Jim Mattis. Estos hombres tenían o parecían tener la clase de virtudes masculinas y comportamiento que a Trump le gusta ver en sí mismo: valor, tenacidad, combatividad.
Pero si nos fijamos en cómo alguien de la estatura de, digamos, Jim Mattis forjó su carácter, nos damos cuenta de que en realidad es exactamente lo contrario de Trump. Mattis construyó fortalezas y virtudes a través de arduos esfuerzos incansables durante décadas. Trump es un hombre que en varias ocasiones se ha visto progresivamente corroído a causa del ácido de su propia autoestima.
Mattis es un hombre que es intensamente leal a los demás e inspira lealtad entre los que están a su alrededor. Trump es desleal a los demás y, a cambio, los demás le pagan con la misma moneda.
El contraste entre cómo se forjaron estos dos hombres es tan drástico que hace énfasis en cómo se forma y no se forma el carácter.
Mattis fue un estudiante universitario mediocre. Le encantaban las fiestas y fue encarcelado por consumir alcohol siendo menor de edad. Pero luego descubrió el Cuerpo de Marina de Estados Unidos. Su nuevo libro, “Call sign Chaos”, coescrito con Bing West, que saldrá a la venta la próxima semana, es supuestamente sobre el liderazgo, pero en realidad se trata de un retrato del amor hacia la Armada que define la vida de Mattis.
Su prosa canta cuando describe esos momentos en los que estaba en algún ejercicio en el campo de batalla con oficiales de la Marina de avanzada. Cuando se ve obligado a permanecer en el Pentágono o en los altos mandos de la OTAN, podemos sentir cómo anhela estar en la Marina.
Mattis lee escritores romanos como Marco Aurelio, pero no es ningún estoico. Década tras década va de un frente a otro, desde el cual inicia un millón de conversaciones afectuosas. “¿Cómo te va?”, “Viviendo el sueño, señor”, es como empiezan esas conversaciones. Él confía en sus oficiales de la Marina lo suficiente como para delegarles autoridad. Sin duda, manifiesta la determinación de un comandante en cualquier situación y les da libertad para adaptarse a las circunstancias.
El amor es un estado de motivación. Te impulsa. Quieres hacerle promesas a la persona u organización que amas. Forjó su carácter cumpliendo esas promesas. Si, por el contrario, no eres capaz de amar ni ser amado, nunca vas a estar en condiciones de hacer compromisos o estar a la altura de ellos. Nunca vas a convertirte en una persona de fiar.
La vocación de Mattis, nacida de su devoción a la Marina, es su rasgo más revelador. Trabaja incansablemente, cobra impulso con rapidez, mejorado, cada día, como marino. Gran parte del trabajo es intelectual. Pensó que la segunda guerra contra Irak era una locura, pero cuando se le ordenó comandar parte de ella, empezó a leer Jenofonte y libros antiguos sobre la guerra en Mesopotamia.
“Si usted no ha leído cientos de libros, es un analfabeta funcional, y eso lo hará incompetente, debido a que sus experiencias personales por sí mismas no son lo suficientemente vastas como para sustentarlo”, escriben Mattis y West.
También está dispuesto a someterse a una institución. Alguien como Trump está en contra de las instituciones. Piensa que cada organización solo se preocupa por sí misma, y que todos los procedimientos y las tradiciones de cada organización deben doblegarse a sus deseos.
Pero una persona con una mentalidad institucional tiene un profundo respeto por la organización a la que pertenece y por cómo la han construido sus predecesores. Entiende que las instituciones inculcan ciertos hábitos, prácticas y estándares de excelencia.
Mattis afirma que su manera de hacer la guerra no es más que a la manera de la Marina. A la manera de la Marina, por ejemplo: “Portarse de manera no profesional es aborrecible, y los marinos critican abiertamente no estar a la altura. (…) las sensibilidades personales son irrelevantes“. Cada misión le da otro conjunto de conocimientos, otra fuerza, una mayor capacidad de poner en práctica la devoción que siente por su país.
James Davison Hunter, autor de “The Death of Character”, señaló alguna vez que el buen carácter no requiere fe religiosa. “Pero requiere la convicción de la verdad sacralizada, que permanece como una presencia de autoridad dentro de la conciencia y de la vida, reforzada por hábitos institucionalizados dentro de una comunidad moral. Por lo tanto, el carácter se resiste a la conveniencia; desafía la adquisición apresurada. Esta es sin duda la razón por la cual Søren Kierkegaard habló del carácter como algo ‘grabado’ en lo más profundo de nuestro ser“.
En la carrera de Mattis uno ve algo que se veía en la gran carrera de George Marshall: que es necesario trabajar dentro de una estructura para ser creativo. Ambos generales eran hombres entregados, dedicados a su servicio; sin embargo, estaban constantemente tratando de cambiar sus prácticas para mantenerse al día con los tiempos.
Mattis apenas menciona a Trump en este libro y no describe la que debe haber sido una de las tareas realmente difíciles de su vida: trabajar bajo las órdenes de Trump sin contaminarse.
No escribió sobre Trump porque no quiere socavar a las personas que siguen trabajando dentro del gobierno. Sin embargo, le dijo a Jeffrey Goldberg, de The Atlantic: “Hay un período al que le debo mi silencio. No es eterno. No va a ser para siempre”.
Al igual que Goldberg, yo creo que sería adecuado que Mattis pusiera fin al silencio sobre Trump antes de la próxima elección. Los electores necesitan su perspectiva de primera mano para hacer un juicio sobre la aptitud y el carácter del comandante en jefe.