Me di cuenta de que los empleados de Trump le han dado un giro a este título que les va mejor: Su estrategia es convertir a Dios en el cómplice de su jefe
Paul Krugman
Mientras escuchaba el discurso que William Barr, el fiscal general, pronunció la semana pasada en la Escuela de Derecho de la Universidad de Notre Dame, me vino a la mente el título de una vieja película, ‘Dios es mi copiloto’.
Me di cuenta de que los empleados de Donald Trump le han dado un giro a este título que les va mejor: si algo nos dice el discurso de Barr, es que su estrategia es convertir a Dios en el cómplice de su jefe.
Si tomamos en cuenta dónde nos encontramos en este momento, se podría haber esperado que Barr respondiera de alguna manera a los acontecimientos de las últimas semanas: la revelación de que el presidente ha estado llamando a regímenes extranjeros para que consigan los trapos sucios de sus opositores, la detención en un aeropuerto de los socios del abogado del presidente mientras trataban de salir del país con boletos solo de ida y los informes creíbles de que Rudy Giuliani está siendo objeto de una investigación penal. Otra opción de Barr podría haber sido recurrir a alguna bazofia inocua, algo que los funcionarios gubernamentales suelen hacer en momentos difíciles. Pero no.
Barr pronunció un discurso aguerrido en el que denunció la amenaza que representan para Estados Unidos los “laicos militantes”, a quienes acusó de conspirar para destruir el “orden moral tradicional” y culpó de contribuir al aumento de las enfermedades mentales, la dependencia a las drogas y la violencia. Pensemos por un momento cuán inadecuado es que Barr, de entre todos, haya pronunciado un discurso como ese.
La Constitución garantiza la libertad religiosa, así que el máximo funcionario de procuración de justicia del país no tiene por qué andar denunciando a quienes ejercen esa libertad y deciden no practicar ninguna religión.
Tampoco estamos hablando de un grupo pequeño. En estos días, alrededor de una quinta parte de los estadounidenses dicen que no consideran que pertenecen a una religión, casi el mismo número que se considera católico. ¿Cómo reaccionaríamos si el fiscal general denunciara al catolicismo como una fuerza que debilita a la sociedad estadounidense?.