Esta es una provocación que quizá sea cierta: el momento más importante hasta ahora en la batalla por la impugnación presidencial no sucedió en los pasillos del Capitolio
Ross Douthat
Esta es una provocación que quizá sea cierta: el momento más importante hasta ahora en la batalla por la impugnación presidencial no sucedió en los pasillos del Capitolio ni siquiera en los bares y las cafeterías de la república de Ucrania, sino en Ankara el 17 de octubre, cuando el presidente Recep Tayyip Erdogan, de Turquía, se reunió con Mike Pence y accedió a un cese de hostilidades en el norte de Siria, con lo que se limitó el alcance de la debacle moral y estratégica que Donald Trump creó cuando traicionó a los kurdos.
No estoy insinuando que a la sociedad estadounidense, con toda su sabiduría, le importen más los valientes kurdos o las líneas del control político en Siria que los abusos del poder presidencial. Sin embargo, sí estoy sugiriendo que parte del país se vale de la heurística general y no de los detalles específicos de la mala praxis del presidente para determinar en qué momento apoyar algo como la destitución.
En cuyo caso, cualquier estrategia que utilicen los demócratas en el Congreso o cualquier defensa que presenten Jim Jordan o Lindsey Graham es menos importante para el destino de Trump que las respuestas a dos preguntas básicas: ¿Está bien la economía? ¿El mundo se está cayendo a pedazos? Esta suposición está basada en un registro histórico que, de hecho, es muy reducido.
Existen dos casos prácticos de juicios políticos en la era moderna: Bill Clinton y Richard Nixon, que tuvieron secuencias de hechos muy diferentes y transcurrieron de maneras muy distintas.
Estas diferencias sirven como municiones para las interpretaciones partidistas en conflicto: los liberales arguyen que Clinton sobrevivió al proceso y Nixon no porque los delitos de Clinton eran menores y los de Nixon eran “crímenes de alto nivel”, mientras que los conservadores arguyen que Clinton sobrevivió y Nixon no porque los republicanos eran más honorables en 1974 y los demócratas eran más parciales en 1998.