En términos de nuestro bienestar en el país y nuestra competitividad en el extranjero, la cruda realidad es que Estados Unidos se está quedando rezagado
Nicholas Kristof
“Estados Unidos ha vuelto” se convirtió en la frase del presidente Joe Biden en su viaje europeo de este mes y, en sentido estricto, está en lo correcto.
Ya no tenemos a un asesor de la Casa Blanca que busca con desesperación una alarma de incendios para interrumpir a un presidente mientras humilla a nuestro país en una conferencia de prensa internacional, como ocurrió en 2018. Y una encuesta del Centro de Investigaciones Pew encontró que el 75 por ciento de los encuestados en una decena de países manifestaron “confiar en que el presidente de Estados Unidos va a hacer lo correcto”, en comparación con el 17 por ciento de hace un año.
Sin embargo, en un sentido más amplio, Estados Unidos no ha vuelto. En términos de nuestro bienestar en el país y nuestra competitividad en el extranjero, la cruda realidad es que Estados Unidos se está quedando rezagado. En algunos aspectos, estamos cayendo en la mediocridad.
Los griegos tienen tasas más altas de graduados de preparatoria. Los chilenos viven más tiempo. Los adolescentes de Rusia, Polonia, Letonia y muchos otros países son mejores en matemáticas que los estadounidenses, lo que puede ser un indicador de cómo estarán las naciones dentro de una o dos generaciones.
En cuanto a la lectura, una quinta parte de los quinceañeros estadounidenses no puede leer al nivel que se espera de un niño de 10 años. ¿Cómo van a competir esos millones de estadounidenses en una economía globalizada? En mi opinión, la mayor amenaza para el futuro de Estados Unidos no es tanto una China emergente o una Rusia rebelde sino nuestro mal desempeño en casa.
Nosotros los estadounidenses repetimos el mantra de que “somos el número uno” aun cuando el más reciente Índice de Progreso Social, una medida de salud, seguridad y bienestar global, clasificó a Estados Unidos en el 28.º lugar. Todavía peor, Estados Unidos fue uno de los tres países, de 163, que retrocedieron en cuanto al bienestar durante la última década.
En otra evaluación de este mes, el Índice de Competitividad Mundial para el año 2021 del IMD World Competitiveness Center, ubicó a Estados Unidos en el 10.º lugar de entre 64 economías. Un estudio similar del Banco Mundial, orientado al futuro, sitúa a Estados Unidos en el puesto 35 de 174 países.
Así que es estupendo que volvamos a tener un presidente respetado por el mundo. Pero no “hemos vuelto” y debemos afrontar la realidad de que nuestra mayor vulnerabilidad no es lo que nos hacen otros países, sino lo que nos hemos hecho nosotros mismos. Estados Unidos no puede alcanzar su potencial cuando tantos estadounidenses no alcanzan el suyo.
“El fracaso crónico de Estados Unidos para convertir su fortaleza económica en progreso social es un enorme lastre para la influencia estadounidense”, comentó Michael Green, director ejecutivo del grupo que publica el Índice de Progreso Social. “Los europeos tal vez envidien el dinamismo empresarial de Estados Unidos, pero pueden consolarse con el hecho de que están haciendo un trabajo mucho mejor en una serie de resultados sociales, desde la educación hasta la salud y el medioambiente”.
“Rivales como China pueden ver el desgaste del tejido social de Estados Unidos como una señal de debilidad estratégica”, agregó. “Las economías emergentes, cuyos ciudadanos están comenzando a gozar de una calidad de vida cada vez más cercana a la de los estadounidenses, tal vez estén menos dispuestas a aceptar sermones del gobierno estadounidense”.
Las propuestas de Biden de un crédito tributario por hijos reembolsable, de educación preescolar nacional, de guarderías asequibles y de mayor acceso a la internet ayudarían a atender las debilidades estratégicas de Estados Unidos. Harían más para fortalecer al país que el plan de 1,2 billones de dólares que querían aprobar los funcionarios estadounidenses para modernizar nuestro arsenal nuclear. Nuestras mayores amenazas en la actualidad son las que no podemos bombardear.
Estados Unidos sigue teniendo fortalezas enormes. Su presupuesto militar es mayor que los presupuestos militares de la suma de los presupuestos de los diez países que le siguen. Las universidades estadounidenses son magníficas y el dinamismo de las corporaciones estadounidenses se refleja en cómo las personas de todo el mundo usan sus iPhones para publicar en sus muros de Facebook sobre las canciones de Taylor Swift.
Sin embargo, también comentan, horrorizados, sobre la insurrección del Capitolio y los intentos de los republicanos para impedir el voto. La democracia estadounidense nunca fue el modelo tan brillante para el mundo que queríamos creer, pero ahora sí que está empañada.
Además, el “sueño americano” de movilidad ascendente (que atrajo a mi padre refugiado a estas costas en 1952) es cada vez más quimérico. “Es evidente que el sueño americano se encuentra más bien al otro lado del Atlántico, sobre todo en Dinamarca”, concluye un estudio de la Universidad de Stanford.
“Estas cosas nos frenan como economía y como país”, afirmó el martes Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal.
Hablando en términos más generales, Estados Unidos ya no encabeza la educación en general ni las inversiones en los niños. El Proyecto de Capital Humano del Banco Mundial calcula que los niños estadounidenses de hoy solo desarrollarán el 70 por ciento de su productividad potencial. Eso los daña y daña a nuestra nación.
No podemos controlar si China construye más portaviones. No podemos detener a todos los hackers rusos.
Pero para realmente traer de vuelta a Estados Unidos, deberíamos preocuparnos menos por lo que hacen los demás y más por lo que nos hacemos a nosotros mismos.
MT