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Roberto Mendoza Al inicio de esta legislatura en el edificio principal de la Cámara de Diputados se instauraron unos baños incluyentes, es decir, podía entrar en ellos personas de todo género. Durante los primeros meses prevaleció, pero hace unas semanas se alzaron quejas de mujeres que veían como hombres entraban al baño, que antes era … Leer más

29 de marzo 2022

Roberto Mendoza

Al inicio de esta legislatura en el edificio principal de la Cámara de Diputados se instauraron unos baños incluyentes, es decir, podía entrar en ellos personas de todo género. Durante los primeros meses prevaleció, pero hace unas semanas se alzaron quejas de mujeres que veían como hombres entraban al baño, que antes era exclusivo y hacían lo que hacen siempre, no cierran la puerta para orinar, salen del cubículo sin terminar de vestirse o incluso se terminan de vestir en el área común.

Las quejas llegaron hasta el pleno, algunos coordinadores de bancada tuvieron la disposición de oírlas y hacer algo al respecto; cuando se tomó la decisión de volver a ser exclusivos los baños, algunos hombres decían: pues ¿no que querían la igualdad?, ¡Ahora que se aguanten!

La división se da desde hace muchos años, en el mundo, para prevenir abusos o acoso y eso precisamente es lo que pasaba, la razón es simple, muchos hombres no están educados en el respeto y la tolerancia, incluso, no conocen el protocolo para usar un baño. Porque el mundo está pensado para los hombres, ¿Cuándo hemos visto en una carretera que una mujer se orille y haga alguna necesidad apremiante? Pero un hombre sin problema.

Este es un pequeñísimo ejemplo de como es muy fácil no respetar a las mujeres, de como lastimar su pudor, su vergüenza y de como eso, nos permite, como sociedad, hacer lo que sea en contra de alguna mujer, porque más de 4 mil años de educación machista fortalecen el uso y la costumbre.

Por eso, seguimos viendo con admiración y denodada justificación un relato griego donde está muy bien armar una guerra para pelearse por la posesión de una mujer y luego juzgarla por ser inmoral y lujuriosa, incluso asegurar, que su belleza, era una maldición; mientras los hombres, son unos héroes.

En la Cámara de Diputados se votan muchas leyes para proteger a las mujeres, como la Ley Ingrid o la Ley Fátima, pero tristemente se hicieron porque hubo víctimas que orillaron a nuestros legisladores a ponerle un freno a nuestra sociedad ¿Habría una forma de evitar que esta violencia pasara?

Los primeros pasos ya se han dado, lo dieron las mujeres que alzaron su voz para pedir justicia por las víctimas y tienen nombre: Sonia López, Ana Katiría, Fabiola Loya, Mirza Flores, Claudia Anaya, Cinthya López, Lilia, Diana, Ivonne, Kattia, Yolanda… y las 75 mil mujeres que marcharon el pasado 8 de este mes para decirnos, en todos los tonos y con muchas acciones, que ya basta, que quieren un cambio.

Pero no es suficiente, la inercia de siglos no se quita con unas marchas y unas leyes, la tarea está en nuestra casa, en nuestro trabajo, en nosotros mismos. Quizá, en mi generación y dos más jóvenes, algunos hagamos el esfuerzo de entenderlo, pero ya es tarde para internalizarlo, algunos ni siquiera creemos que tenemos costumbres machistas y no sólo los hombres, también las mujeres.

No hemos dejado de llamar a alguien despectivamente mariquita, ni dejamos de decir: No llores pareces niña, ni tampoco hemos dejado de llegar a casa y sentarnos a esperar que nos sirvan, como reyes, jefes o mandones y muchas cosas más que damos por sentadas, que son… normales. Sí hay esperanza, conozco hombres y mujeres jóvenes que ya se cuestionan esas actitudes o simplemente ya no las hacen, vamos avanzando. A lo mejor un día otros mexicanos y mexicanas, si podrán compartir un baño, en un centro comercial, en un metro, en cualquier lugar, sin menoscabo de su pudor y con protocolos de educación que no molesten, ni incomoden, a nadie.

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