La doctrina de seguridad nacional para algunos líderes bananeros puede significar un trenecito turístico o algún sueño guajiro similar. Para otros países, como Rusia, significa un fuerte contenido nostálgico de glorias idas, pero ansiosamente trabajadas por volverlas realidad.
En la celebración del día nacional de su marina, el líder ruso Vladímir Putin ha establecido una renovada doctrina de seguridad nacional en el espectro marítimo, con una serie de tareas muy difíciles de lograr. A diferencia de la época de la Guerra Fría (1946-1991), hoy no son solamente dos las superpotencias que se disputan la hegemonía mundial.
En efecto, el mundo actual contempla una renovada carrera armamentista en el mar, con China como actor relevante y hoy más poderoso que Rusia. Pero también marinas como la india, la japonesa y la coreana han invertido para desafiar el dominio de parte de los mares del mundo. Esto, sin olvidar el poder tradicional e histórico de marinas como la británica y la francesa.
La Marina norteamericana ha ocupado indisputadamente el primer lugar después de la Segunda Guerra Mundial, y sus ámbitos de actuación abarcan todos los mares del mundo. Sus principales oponentes, China y Rusia, se encuentran aún lejos de abarcar todo el globo.
El presidente ruso Putin ha declarado como ámbitos de su interés todos los océanos y el Mar Caspio. Ha manifestado no aceptar injerencias foráneas a su influencia en el Ártico, el Mar de Ojotsk (que comparte con Japón), los mares Negro y de Azov, este último arrancado a Ucrania; en el Báltico y el Mediterráneo Oriental. Para ello, anunció la creación de bases y puntos de aprovisionamiento, así como el equipamiento de un nuevo misil de crucero hipersónico.
Tales son sus propósitos. Falta que los consiga. Lo relevante es destacar la importancia del factor naval en la defensa y consecución de los objetivos de una nación. Hoy son muchos los desafíos que los países enfrentan en este rubro: la sobrexplotación de los recursos pesqueros, que ya lleva a la escasez de varias especies; la contaminación del mar, la vigilancia, seguridad y control de las rutas del comercio marítimo, y la competencia internacional por el dominio de las rutas marítimas. Olvidarse de esto resulta insensato. El futuro también reside en el mar.