Alejandro Gutiérrez Balboa
En septiembre de 1988 apareció publicada la cuarta novela del escritor indio nacionalizado británico Salman Rushdie, Los Versos Satánicos. Escrita con un estilo de realismo mágico, entre otras cosas relata parte de la vida de Mahoma en que supuestamente recibe mensajes del arcángel Gabriel que en el fondo son inspirados por el diablo y posteriormente recibe otros ya inspirados por Dios.
La trama de la novela, más los supuestos mensajes y la forma como presenta al Imán, un líder religioso musulmán, y manipulador del arcángel Gabriel, de inmediato fueron considerados blasfemos por el mundo islámico, provocaron protestas y ataques a los editores en el mundo, llegando a ser asesinada alguna persona. Pero lo más fuerte fue la “fatwa”, decreto del entonces dirigente de la revolución iraní, el famoso Ayatola Jomeini, en febrero de 1989, por la que se ordenaba la muerte del novelista, el cual sufrió varios intentos fallidos.
Todo esto provocó que el gobierno británico dispusiera una protección personal a Rushdie las 24 horas del día y los 365 días del año. De hecho, vivía en un lugar semisecreto y fuera de las cámaras y la publicidad.
33 años después, el sábado pasado, en un festival literario en Nueva York, Rushdie fue apuñalado en 10 en ocasiones. A pesar de que probablemente salve la vida, el novelista de 75 años perderá un ojo y tardará en recuperarse de las heridas en el hígado, en el cuello, estómago y varios nervios cercenados.
No queda claro si Irán es responsable de este ataque, pero sus enemigos se aprestarán a señalarlo como autor intelectual. De hecho, el apoyo que ha recibido por parte de Rusia, a quien acaba de vender más de mil drones militares altamente especializados y de gran autonomía, para ser usados en Ucrania, habla de un bloque cada vez más fuerte e interdependiente. También que su tecnología en la materia se encuentra bastante avanzada.
Todo esto nos deja varias enseñanzas: atacar religiones o creencias religiosas no es un buen negocio, tarde o temprano el agresor pagará el precio. La lucha bipolar posterior a la II Guerra Mundial es cosa del pasado y asunto concluido; hoy vemos una pugna entre bloques y no queda claro quién prevalecerá. No existe enemigo pequeño y cada país saca jugo de sus supuestas debilidades. Y, finalmente, de nada sirve que un gobierno “proteja” a una persona amenazada de muerte, porque será incapaz de defenderlo de manera efectiva todo el tiempo.