Mario Maraboto
Seguramente la mayoría de los lectores conocen o han escuchado acerca del Principio de Peter, planteado por el pedagogo canadiense Laurence J. Peter, que expresa que “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia”.
El principio explica cómo una persona puede ascender dentro de su organización hasta un punto en que lo que antes hacía a la perfección empieza a resultar deficiente y dañino para la empresa. Por ejemplo, una persona hace un buen trabajo de ensamblado de piezas electrónicas y es ascendido a supervisor, labor que pone de manifiesto su incapacidad de organización y carencia de liderazgo.
Peter explica que “con el tiempo todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones”. Un principio que aplica tanto en la iniciativa privada como en la política: un médico puede ser un buen doctor pero un pésimo subsecretario; una doctora en Ingeniería Ambiental puede ser buena Secretaria de Medio Ambiente pero ineficiente como gobernadora; un ingeniero agrónomo puede ser buen catedrático pero hundir a una empresa petrolera.
Si tradicionalmente los políticos ocupan cargos para los que muchas veces no están calificados, en el actual sexenio los niveles de incompetencia han alcanzado límites impensables; se requiere poca competencia cuando lo que hay que hacer es estar al tanto de los deseos del jefe, cerrar los ojos, hacer oídos sordos y no contrariar al presidente.
Bajo la política de “90% de honestidad y 10% de experiencia”, muchos funcionarios han mostrado su nivel de incompetencia sin que ello les preocupe. Uno de ellos es el que encabeza el Poder ejecutivo: cuando fue Jefe de Gobierno en la Ciudad de México todavía pudo con el paquete, pero su mejor nivel de competencia lo alcanzó durante los 18 años que fue candidato a la Presidencia de la República. Su nivel de incompetencia ha sido la Presidencia de la República.
Según Peter, cuando un empleado alcanza el nivel de incompetencia busca actuar conforme a lo que hacía de manera competente. Por eso seguramente es que AMLO no ha dejado de hacer campaña, dejándose apapachar por el pueblo a cambio de repartir dinero, ante la incapacidad de generar suficientes empleos y mejores servicios públicos. No es competente para generar políticas públicas con visión social,m pero sí para hacer “grilla”.
El nivel de incompetencia, dice Peter, lleva al incompetente a culpar a otros o a circunstancias externas del fracaso de su trabajo: “Un sindicalista culpaba a los empresarios; un ateo culpa a las iglesias, un eclesiásticos culpa a la radio y a la televisión”, se lee en el libro. El incompetente de Palacio culpa al neoliberalismo, a los conservadores, a la prensa, al pasado, etc., ante el fracaso de su gestión, inventa o genera problemas para evadir su incapacidad ante situaciones conflictivas como la salud, la economía y la violencia.
Tener empleados que han llegado a su nivel de incompetencia es perjudicial para toda organización. La política de 90/10 por ciento sólo ha generalizado el nivel de incompetencia del actual régimen, basado en división y destrucción de lo que mal que bien, funcionaba. Su incompetencia nos ha dejado ver que México estaba mejor cuando “estaba peor”.