Mario Maraboto
Una técnica discursiva que emplean gran cantidad de políticos en todo el mundo es la denominada “Pregunta retórica”, es decir, fingir que se pregunta y consulta al receptor asumiendo que su respuesta confirmará el pensamiento del emisor; es generar, con la misma pregunta, un argumento para lo que el emisor busca decir.
George W. Bush la aplicó luego del ataque a las torres gemelas: refiriéndose a Saddam Hussein expresaba: “¿tiene algún sentido para el mundo que esperemos a confrontarlo mientras él se vuelve más fuerte y desarrolla armas aún más peligrosas?” Como es sabido, Bush persuadió a casi todo el mundo de que Hussein poseía armas de destrucción masiva, que nunca se encontraron.
Las preguntas retóricas tiene una doble vertiente: por un lado quien responde a un cuestionamiento con una pregunta retórica lo hace en ánimo de poner en duda la validez del cuestionamiento y/o la autoridad de quien lo formula; por otro lado, las preguntas retóricas no cancelan del todo la posibilidad de una réplica o una re-pregunta por parte del receptor, quien decide si acepta la pregunta retórica como una forma de aserción (como es la intención del vocero) o si usa el propio argumento para reformular o repreguntar en busca de obtener una verdadera respuesta por parte del vocero.
Una variante a esta técnica de comunicación es cuando se logra que uno o varios reporteros, de forma acordada, sean quienes hagan preguntas a modo para que las respuestas sean las que el vocero quiere transmitir. Esto ocurre generalmente en conferencias de prensa y en entrevistas “banqueteras”.
Claro ejemplo de ello son las llamadas “mañaneras” del actual presidente de México: cuando no es el propio mandatario quien formula una pregunta retórica son los “reporteros” afines, quienes previo acuerdo, mayoritariamente tienen el uso de la palabra para formular la pregunta para lucimiento del presidente.
El empleo de esta técnica ha permitido al gobernante evadir públicamente temas de verdadero interés nacional; le ha sido útil para reforzar su posicionamiento ideológico, enfatizando más su postura de líder político que de Presidente de México; le ha facilitado la evasión de la realidad y defender a quienes son señalados por corrupción y nepotismo dentro de su propio gobierno, y le ha posibilitado justificar sus decisiones erróneas.
Con base en preguntas retóricas, la actual comunicación del gobierno federal se ha centrado en enfatizar que en este país ya se acabó la corrupción, que ha disminuido la delincuencia, que todo lo malo del presente se debe a administraciones anteriores, que vamos bien en la economía, y que este gobierno no es autoritario, entre otras falacias, además de denostar a periodistas, integrantes de la oposición o funcionarios de otros poderes y organismos autónomos.
En alguna ocasión el entonces Presidente del gobierno Español, Felipe González expresó que “siendo jefe de Estado, no importa tanto meter la pata, sino sacarla rápido, pues los errores del presidente calan directo en la población”. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que este presidente reconozca sus propios errores y trate de enmendarlos? ¿Cuánto más para que la población que mayoritariamente votó por AMLO empiece a sufrir las consecuencias de una comunicación a base de retórica?
Son preguntas que no tienen nada de retórica.