Mateo: 11,25-30
En aquel tiempo, Jesús exclamó: “¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien. El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga, ligera”.
Reflexión
Pequeños y pobres – hijos predilectos de Dios
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
“Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla”.
En el último Concilio, la Iglesia de nuestro tiempo se definió a sí misma, solemnemente, como “la Iglesia de los pobres”. ¿Por qué? Simplemente porque la Iglesia no puede traicionar a los suyos, a los de su mismo origen.
La Iglesia quiere intervenir en favor de los pequeños, de los pobres, porque ante cada uno de ellos el cristiano debería decirse: este hombre me recuerda a mi Dios, el sencillo carpintero de Nazaret; esta mujer me recuerda a María, mi humilde Madre.
Cristo escogió voluntariamente nacer entre los pobres, porque venía a anunciarles la Buena Nueva del Evangelio: que Dios tiene un corazón de Padre que ama con predilección a los pequeños, a los sencillos, a los pobres.
El Dios del Evangelio es el Dios de los pobres, y es María la primera que lo anuncia en su hermoso canto del Magnificat: “Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador, porque Él miró con bondad la pequeñez de su servidora… Él derribó del trono a los poderosos y elevo a los humildes; colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías” (Lc 1,48ss.).
La Iglesia de hoy quiere ser una Iglesia de los pobres porque quiere renovarse en el espíritu de Jesús y de María. Cada vez que se la ha acusado de comprometerse con el dinero de los poderosos, ha sido porque ha traicionado a su Madre, porque ha desfigurado a Cristo, nacido por Ella en un pobre hogar de carpintero.
Dios ama con predilección a los pobres porque sufren. Todo padre quiere que sus hijos sean felices y por eso se preocupa especialmente de aquellos que no lo son. “Venid a mí todos los que estáis afligidos y agobiados, y yo os aliviaré”.
Dios ama con predilección a los pequeños porque tienen un corazón abierto. La principal riqueza que Dios quiere comunicarnos es su vida de amor. Y el amor no se recibe con las manos, sino únicamente si se tiene un corazón abierto, un alma de niño.
En nuestro tiempo va creciendo la conciencia de la solidaridad con los pequeños, los necesitados, los pobres. Y más nosotros, como cristianos, tenemos que comprometernos en esta lucha por los que son del mismo origen de nuestro Dios y de nuestra Madre celestial. Pero tenemos que hacer nuestro aporte propio: tenemos que dar alma a esta lucha.
Y esto, porque los cristianos queremos que nuestro país, además de vencer sus problemas económicos, conserve una sencilla alma de pobre, un corazón abierto a la mayor de las riquezas: el amor.
Queridos hermanos, pidamos a Dios y a la Sma. Virgen que nos ayuden a tener ese espíritu de sencillez, a convertir nuestra Iglesia en una verdadera Iglesia de los pequeños y pobres: una Iglesia que sepa comprometerse por los sencillos y necesitados, pero sin sembrar odio ni división; una Iglesia que sea capaz de ser alma del país, infundiéndonos ese corazón abierto al amor y a la solidaridad que tenían nuestro Señor y nuestra Madre, la Sma. Virgen María.
MT