Alejandro Gutiérrez Balboa
Al celebrarse en Bruselas la Cumbre de la Unión Europea y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), impulsada por el jefe de gobierno español, el socialista Pedro Sánchez, las tensiones y desacuerdos por la presencia de gobernantes de Cuba y Nicaragua, fundamentalmente, no se hicieron esperar.
A la cumbre asisten la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez, y los presidentes cubano, colombiano y brasileño. La inocultable corrupción de éstos, así como su falta total de respeto a los derechos humanos, políticos y a las libertades fundamentales para los pueblos venezolano, nicaragüense y cubano, son fantasmas gigantescos que no se pudieron eludir, pese a los esfuerzos por lograrlo.
Y, pese a ello, no han faltado los puentes de plata europeos a los dictadores, donde su simple presencia, al ser admitidos en estas reuniones, significan un logro enorme para ellos. Y de manera muy especial, el anuncio de la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, respecto de la inversión europea por 45 mil millones de euros, que son 56,560 millones de dólares, en varios años, para las economías de América Latina, a través de un programa denominado Global Gateway; éste pretende enfrentar las considerables inversiones chinas en la región, constituyendo una esperanza para el variado mosaico político latinoamericano.
Han sobresalido los liderazgos español, auspiciador de la cumbre, pese a que su gobierno con toda seguridad será reemplazado en semanas; el brasileño con la presencia de su presidente Lula da Silva, y el francés con la del presidente Emanuel Macron. Se han efectuado reuniones para encontrar una salida a la arbitraria proscripción de la candidata opositora venezolana María Corina Machado.
Ha sido una cumbre de pocos acuerdos, muy heterodoxa, pero que significa una ventana de oportunidad para atraer inversiones, para pavimentar negociaciones comerciales ulteriores que ayuden a detonar el desarrollo y para posicionarse en el escenario internacional, en un mundo globalizado, a pesar de las pretensiones y discurso de los líderes izquierdistas latinoamericanos. Ni ellos se pueden sustraer.
Y también fue una reunión donde se agigantó una ausencia. La de un hombre apocado y obsesivo émulo de Nicolás Maduro, que hoy no duerme pensando solamente en hacer lo mismo que su aliado venezolano hizo con su principal opositora. Un país como México ni merece ni está para dejar pasar estas oportunidades, que no se presentan en forma recurrente. Una pena.