Mateo: 13, 44-52
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.
También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido.
Allí será el llanto y la desesperación. ¿Han entendido todo esto?”. Ellos le contestaron: “Sí”. Entonces él les dijo: “Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”.
Reflexión
Tesoro escondido – perla preciosa: el Reino de los Cielos
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
En el Evangelio de hoy, Jesús nos habla por medio de parábolas. Así quiere atraernos a su Reino de los Cielos, presente ya en la Iglesia. Por las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa, Jesús nos llama la atención sobre la suerte incomparable y la ocasión única de ganar ese Reino.
Encontrar un tesoro escondido era el sueño de muchos en la antigüedad. En una época sin bancos quedaba como único recurso seguro esconder la fortuna debajo de la tierra. Y si el poseedor murió sin desenterrarlo, un golpe de fortuna podía sacar a luz este tesoro.
El hombre en nuestra parábola parece ser un pobre jornalero. Él encuentra el tesoro, trabajando en un campo ajeno. Por eso tiene que vender todo lo que posee, para poder comprar el campo. Resuelta y alegremente aprovecha la única ocasión de salir de la miseria.
Por el contrario, el hombre de la segunda parábola es un rico comerciante mayorista en perlas. En aquel tiempo las perlas eran obtenidas en el mar Rojo y valían, además del oro, como máxima preciosidad. Él las adquiere de pescadores de perlas o de pequeños negociantes. También este rico aprovecha el caso fortuito, vende su propiedad y compra esta perla de gran valor.
Ahora, ¿cuál es el mensaje de estas parábolas? Me parece que Jesús quiere destacar, sobre todo, dos rasgos en el procedimiento de los dos hombres:
El primer rasgo: la alegría radiante de los que encuentran el tesoro o la perla. Su gozo es tan grande que toda otra cosa palidece ante el brillo de su hallazgo. Conmovidos y cautivados por su suerte, ponen en juego toda su existencia.
Es el segundo rasgo: su abandono total para ganar el tesoro o la perla. Conocen un solo fin y venden hasta todos sus bienes para conseguirlo: adquirir esa preciosidad.
Están seguros de hacer el gran negocio de su vida. Lo mismo pasa también con el Reino de los Cielos. La Buena Nueva de ese Reino conmueve los corazones, despierta una alegría desbordante, causa una entrega apasionada. Los que oyen y comprenden esta noticia, arriesgan todo lo que tienen para ganar a Dios y su Reino.
También hoy en día Dios da esta oportunidad. Porque la humanidad de nuestro tiempo sigue buscando su suerte duradera, lo mismo como en el tiempo de Jesús. Me parece que también todos nosotros estamos todavía en camino, en busca de este tesoro.
¿Quién de nosotros puede decir que ya encontró en Dios la suerte para siempre?
¿Quién de nosotros realiza su vida con esa alegría desbordante que caracteriza a los que hallaron la felicidad en Dios?
¿Y quién de nosotros está dispuesto a arriesgar todo lo suyo para ganar ese tesoro celestial?
MT