Mario Maraboto
Una de las más recientes ocurrencias del showman matutino el pasado día 2 de este mes fue proponer una superfarmacia con “todas las medicinas del mundo en cantidades razonables para cuando falte en un hospital, ahí (haya)”.
Bajo el principio de que “No tiene mucha ciencia gobernar, porque la política tiene que ver con el sentido común”, AMLO piensa que distribuir medicamentos es muy sencillo, “Y eso es para que, sí, en un avión o por tierra, ¿hay necesidad de estos medicamentos? Se mueve. Y siempre se tiene en inventario”. Con ello, dijo, se daría “una salida definitiva al desabasto”.
El sentido común dice que, primero, no hay medicamentos y ese ha sido el problema desde el inicio de su sexenio y, segundo, que el almacenamiento y distribución de medicamentos debe ser muy diferente a lo que sucede con, por ejemplo, las botanas y el pan. Evidentemente al presidente le falta sentido común.
Pero suponiendo que hubiera gran existencia de medicamentos, su almacenamiento y distribución es diferente al de los productos comestibles, ya que cada medicamento requiere de condiciones especiales como mantenerlos a una cierta temperatura para que los fármacos conserven su calidad durante todo el proceso.
Cuando tuve como cliente a un distribuidor de medicamentos, aprendí que desde que el medicamento sale del fabricante, se dan una serie de pasos muy delicados y especializados que incluyen: traslado del laboratorio al Centro de distribución; conservación adecuada en las bodegas, con climas controlados; transporte apropiado a mayoristas, farmacias u hospitales en vehículos apropiados; y conservación y cuidado adecuados en los sitios de destino y venta o suministro a pacientes.
Por ejemplo, productos bioquímicos como vacunas o insulina, deben ser transportados de manera muy cuidadosa y almacenarse a una temperatura de entre los 2°C y 8°C, lo cual implica una cadena de frío a lo largo de todo el proceso. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que alrededor del 50 por ciento de las vacunas se echan a perder cada año debido a problemas relacionados con el control de la temperatura, la logística asociada y los envíos. Esto es algo que seguramente no inquieta al presidente dado que no hay vacunas.
En España, por ejemplo, la ley establece que los almacenes de distribución de medicamentos deben disponer de un Director técnico farmacéutico especializado y registrado ante las autoridades sanitarias. De cumplirle la ocurrencia a AMLO, probablemente el diseño e instrumentación de su superfarmacia estaría a cargo de su doctor favorito (el de las 60,000 muertes en un escenario catastrófico) y la operación se responsabilizaría al ejército o la marina que, dudo, tengan los equipos e instalaciones adecuadas para tal efecto.
Bajo el mismo principio de que extraer petróleo es muy fácil “es cosa de excavar un hoyo como si se fuera a extraer agua, no tiene ninguna ciencia”, AMLO continúa generando ocurrencia tras ocurrencia. En febrero pasado esta columna hizo mención de algunas de estas ideas inesperadas e imaginativas (Un Gobierno de Ocurrencias). Pero estas no tienen fin.
A las ya conocidas, incluido el fracasado Insabi (que dio origen al desabasto de medicamentos), se pueden agregar, entre las más notables: el despreciar el uso de cubre bocas durante la pandemia, contratar con 90% de honestidad y sólo 10% de capacidad, recibir a las madres buscadoras argentinas y despreciar a las de México, los nuevos libros de texto gratuitos, y enfrentar la violencia e inseguridad con abrazos.
Al parecer su mejor ocurrencia ha sido provocar a quien pudiera terminar con su transformación de cuarta.