Alejandro Gutiérrez Balboa
Con la excepción de Cuba, Nicaragua y Venezuela, en América Latina se ha ido consolidando la democracia representativa como la mejor y más viable forma de gobierno. Pese a ello, un fantasma recorre el subcontinente: la indiferencia ante la política por parte de una alarmante y creciente ola de ciudadanos, en especial los más jóvenes. Desde luego, preocupa México ante un parteaguas clave, una probable reedición de un gobierno cada vez más izquierdista y radical.
En efecto, en varios países han ocurrido hechos similares: crisis económica prolongada que ha llevado a la generación joven a atestiguar lo que es el estancamiento; corrupción endémica de la clase política, con plena impunidad y jamás castigada; enriquecimiento de unos pocos a costa de la mayoría; falta de oportunidades de todo tipo: laborales, educativas, sanitarias, sociales, culturales; todo lo cual incrementa la frustración y el rechazo a la participación política.
Esta ola creciente no es nueva y de ella se han aprovechado los políticos populistas de uno y otro signo, prometiendo resolverlo todo y no resolviendo nada, así como acusando al pasado y gobiernos anteriores de todos los males. Sin ningún escrúpulo estos dirigentes han venido ofreciendo un futuro promisorio que de antemano saben imposible.
No hay crecimiento ni inversión suficientes porque no hay seguridad jurídica, ni laboral ni infraestructura. Sólo esto, la inversión productiva, podrá traer un futuro promisorio y los políticos populistas siguen torpedeando todos estos proyectos. El esquema de desaprovechar la oportunidad histórica que representa el nearshoring es el mejor ejemplo que no habrá de repetirse.
Ante el inicio de movimientos encarrilados a las inminentes campañas políticas para las sucesiones gubernamentales, destaca la apatía, la indiferencia, el desdén y hasta la hostilidad del ciudadano, especialmente el joven, algo que solamente beneficiará a los populistas que cuentan con toda una maquinaria electoral muy activa y que pretende garantizarles la continuidad.
Buena parte de la culpa de esto son los partidos, que se han alejado de la sociedad, de la defensa de sus intereses y de representarla, para forjar camarillas de poder, sectarias, alejadas del ciudadano, extrañas a él. Los partidos ya no representan a las personas y muy útil hasta para ellos significaría una sacudida vigorosa que les devuelva liderazgos visionarios, genuinos, comprometidos. El tiempo se agota.