Mateo: 16, 13-20
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”.
Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Reflexión
Elección y educación de Pedro
Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt
Precede a ello la confesión de Pedro que le es revelada por inspiración divina: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y a esta confesión de Pedro, Jesús le responde con una revelación: Pedro es la roca sobre la que se levantará la Iglesia, la comunidad del pueblo de Dios.
Él recibirá el cargo de mayordomo en el Reino de Cristo, como lo insinúa la primera lectura de hoy. Símbolo de este poder son las llaves, que Cristo va a entregar a Pedro. Las llaves indican potestad, indican la facultad de poder disponer, abrir y cerrar por encargo del dueño de casa.
La entrega de las llaves es, pues, la investidura del poder sobre el Reino de Dios. Las decisiones de Pedro, realizadas en la tierra, quedan ratificadas en el cielo. Pedro, y con él sus sucesores, son intermediarios indispensables para el acceso normal al Reino de los Cielos. Cristo sigue siendo cabeza de la Iglesia, pero los papas son sus vicarios, sus representantes visibles en la tierra.
La elección de Pedro en el Evangelio de hoy es, por el momento, solo una promesa. Se va realizando recién desde el día de Pentecostés. Antes, Pedro es preparado y educado por Jesús para su gran misión.
Cumbre de la educación de San Pedro parece ser su triple negación en la noche del Jueves Santo. Allí Pedro se nos manifiesta con toda su fragilidad humana. Todavía confía, traicionado por su entusiasmo, demasiado en sí mismo, en sus propias fuerzas. Y así el demonio prevalece sobre él, haciéndole negar tres veces al Señor.
Es una experiencia triste y profunda para él – para nosotros, débiles y culpables como él, un signo de consuelo. Este acto lamentable quizás, nos lo hace más simpático y nos lo acerca más que todo el resto de su vida.
Pero, a pesar de su debilidad, mejor dicho, a causa de su debilidad, es elegido el primer jefe de la Iglesia. Por su fragilidad es apropiado para ser un auténtico apóstol.
Sería terrible, tener al frente de la Iglesia a alguien, que cree ser llamado por sus propios méritos. Y así San Pedro llevará el testimonio del Señor a los demás, no debido a su propia fuerza o capacidad, sino debido al poder de Dios, de ese Dios que prefiere como sus instrumentos a los pequeños y débiles.
Una leyenda nos cuenta que San Pedro, en los tiempos de la persecución de los cristianos, quiso huir de Roma. En el camino Jesús lo encontró. Y Pedro le preguntó a dónde iba, “¿Quo vadis…?” Jesús le respondió: “Quiero, otra vez, dejarme crucificar, en tu lugar”. Es una leyenda, pero nos revela algo verdadero: sobre Pedro pesa la cruz de su gran responsabilidad para toda la Iglesia.
Esta carga de responsabilidad permanece y aumenta durante los siglos, es común a todos los papas. Cada uno de ellos tiene que llevar la cruz de Cristo. Así sucede también en la vida de nuestro Santo Padre en la actualidad.
Él trabaja, sufre y reza para la Iglesia y el mundo, hasta el agotamiento. El papa merece nuestro respeto, nuestro compartir y, sobre todo, nuestra oración para su tarea sumamente difícil, en la sucesión de San Pedro.
MT