Mario Maraboto
Parece que en México se empieza a poner de moda el tema del plagio de las tesis profesionales. Primero fue Jazmín Esquivel con sus tesis de licenciatura y de doctorado; luego Xóchitl Gálvez, a quien le encontraron varios párrafos plagiados en su informe profesional para titulación, y recientemente se exhibió que Claudia Sheinbaum también plagió textos en su tesis profesional.
El tema no es moda ni privativo de México. El plagio ha existido desde los inicios de la literatura hablada y escrita y, según Wikipedia, el poeta romano Marcial llamó Fidentinus (secuestrador) a quienes recitaban sus poemas como propios; el famoso “Hombre de Vitrubio” de Da Vinci, sobre las proporciones del cuerpo humano, ´puede ser una copia de una ilustración de un arquitecto renacentista llamado Giacomo Andrea de Ferrara; y dice que hasta Shakespeare empleó en varias de sus obras un manuscrito inédito de otro autor llamado George North.
La Revista Internacional para la Integridad Educativa publicó en 2018 un estudio sobre el plagio estudiantil en sus diferentes formas: desde el típico copiar-pegar (copy-Paste) sin citar la fuente, hasta el pago a un tercero para hacer el trabajo, y refiere entre las causas más comunes para el plagio: la flojera por investigar, la incompetencia para escribir trabajos académicos, y la ignorancia sobre el plagio.
En Estados Unidos, una investigación realizada por la US News and World Report, reveló que cerca de 31 millones de estudiantes en el mundo han cometido plagio en sus tesis profesionales; el 52% plagió una o más oraciones. De acuerdo con Turnitin -servicio de prevención de plagio en internet- “México tiene una media del 12 % de plagio, en Estados Unidos hay un 9 %, pero en Europa hay un 14 %”, en trabajos académicos de nivel medio y medio superior.
Stephen Bailey, autor del libro “Academic Writing” (edit. Routledge, 2011) explica que redactar trabajaos académicos implica sintetizar y parafrasear ideas de otros autores, debidamente citados y referenciados. Antes del uso masivo del internet, en la década de los noventa, resultaba relativamente fácil cometer algún tipo de plagio de textos en trabajos académicos; sólo era encontrar un libro o un autor no relevante (si era extranjero, mejor) y copiar párrafos o capítulos enteros, ya fuera textualmente o parafraseados, omitiendo el crédito respectivo, partiendo de la suposición de que difícilmente sería detectado.
Hoy, con el internet, es fácil conseguir todo tipo de información y material cuyo uso, éticamente, debería acreditarse, pero también gracias a él, es más sencillo detectar el plagio de textos. Eso sucedió con los tres casos mencionados en el primer párrafo, aunque no son los únicos hechos públicos, ni, seguramente, serán los últimos (Recordemos que Peña Nieto también fue acusado de lo mismo).
Posiblemente muchos profesionistas han incurrido en cierta medida en copiar sin el crédito respectivo algunos párrafos o alterar las referencias bibliográficas para dificultar la detección del plagio. Pero cuando el profesionista adquiere un carácter público, particularmente en la política o la administración pública, se pone en juego mucho más que el prestigio profesional; en ello va la credibilidad, respetabilidad y confiabilidad de la persona.
No importa si se plagian unos párrafos, se traducen literalmente algunos capítulos o se copia todo un trabajo. El hecho es incorrecto y debe ser sancionado, independientemente de si el plagiario lo acepta, lo niega o se ampara. Mucho de la responsabilidad en la prevención del plagio académico debería recaer en los directores de tesis y en la supervisión por parte de los directores académicos. Pero la principal responsabilidad está en la falta de ética por parte de quien escribe la tesis.